Cuando la cursilería es la frontera

marcheti

Cuando era chica leía poemas de amor, de esos sensibleros y melosos que destilan saliva. Y creí que solo eso era poesía. Cuando fui creciendo me encontré con otra poesía, la combativa, la del lamento, la de la protesta. Y me asombré de que eso también fuera poesía. Después vinieron otros encuentros no tan amenos: experimentos formales vacíos de contenido, sonidos, figuras retóricas y no mucho más que eso. Y fue entonces cuando me distancié de la poesía porque, si todo es poesía, al fin y al cabo, nada lo era… ¡Oh musa de los géneros literarios, cuánto daño nos has hecho!

Por estos días volví a acercarme a la cuestión – un poco de casualidad, otro poco no tanto – gracias a El amor de Pablo Marchetti. Claro, unx lee el título e inmediatamente piensa en cursilerías. Falso. Creo que entre los tres pequeños prólogos que tiene la obra: el de Elsa Drucaroff, el de Malena Pichot y el de Claudia Acuña, se podría llegar a la siguiente síntesis: lejos de la solemnidad con la que muchxs pretenden tomarse las pasiones de la vida, Marchetti baja del pedestal al amor, no para sacrificarlo, sino para devolverle esa fuerza subversiva que tiene y que tan bien se lleva con la poesía – la que va, la que tiene algo para decir.

Con un equilibrio justo entre sarcasmo y franqueza, este poemario retrata desde la gravedad que tiene sentirse “un nabo importante” hasta la ligereza con la que nos volvemos “un ser sin salud ni sentimientos”. Pablo se burla con seriedad de los tópicos tradicionales, les sonríe y mira de reojo – como a las vacas que vemos en la ruta – a todos los amores: al amor “de culo gordo y panza con estrías”, al “amor como bandera y como tumba”, al “amor permanente del fornicio trotskista”, al que se le tiene a “los grosos”, a lxs amigos, a la familia, al arte y hasta a la camiseta.

Brandy con caramelos estuvo hablando con Pablo. No con el Pablo fundador de Barcelona, ni con el columnista de Duro de Domar, o el periodista que trabajó en Rolling Stone o Much Music, o el cantante de Falopa. Estuvo con el Pablo poeta, ese que escribió todo un libro dedicado al amor.

–          Contanos un poco cuál es el espíritu del libro

–          Tiene que ver con el título, que es El amor, un tema trilladísimo.

–          De todas maneras da la sensación de que abordás un tema trillado pero desde una perspectiva, o desde una forma no tan trillada… Hay otros poetas que a veces por hablar de lo cotidiano, o de quitarle lo metafísico al amor, caen en la chabacanería. Tu libro no. ¿Fue buscado o salió bien de casualidad?

–          Bueno, sí, el desafío era ese. Obviamente hay algo buscado, tanto lo guarango que tiene el poema a Salas, que fue mi forma de hablarle a Gustavo, como los más románticos. Lo que quise es ser absolutamente honesto con el amor. Así que más que lo trillado o la chabacanería como le decís vos, el riesgo era caer en la cursilería. Sabía que estaba ese riesgo porque es un tema que da justamente para eso. Ojo, tampoco sin importarme demasiado. Con un tema como el amor, que es el hilo de todo esto, la cursilería es la frontera, pero me pareció bueno correr ese riesgo. De hecho, en épocas donde está muy institucionalizado lo incorrecto, me pareció mucho más incorrecto hablar sinceramente del amor, que caer en “me cago en el amor” y en toda esa cosa nihilista que sí, está, pero… ¿por qué no puedo hablar de eso también?

–          Yo, como buena lectora, empecé por el prólogo y seguí con las poesías, y me enteré de que algunos poemas estaban hechos “a pedido”. Entonces me pregunté qué habría pasado si yo no leía el prólogo, si entraba de lleno al texto. No sé si hubiera encontrado una diferencia entre los que son a pedido y los que no.

–          Claro. Yo eso lo puse como aclaración, pero me parece que el libro se lee independientemente del comentario sobre cómo se gestó. Los prólogos son los que escribieron los demás. De todas maneras es verdad que son poesías muy distintas entre sí. Está el capítulo dedicado a los artistas, que son cosas que hice medio por encargo, de gente que me pidió que escriba para un catálogo, o para un prólogo, como el de poema de Sala que es el prólogo a Bife Angosto; el de León Ferrari era para un catálogo…. Pero funcionó.

–          ¿Y es distinto escribir por pedido que visceralmente?

–          Sí, es distinto. Aunque después me di cuenta de que son todas personas que quiero y admiro profundamente. Por ahí si León no me lo hubiera pedido algo, no lo habría escrito. Pero después digo: ¿por qué no voy a escribirle un poema a León Ferrari, si me encanta? Pero es distinto, es como algunos laburos periodísticos en los que un editor te dice que vayas y escribas sobre algo, y después terminás gozado mucho porque te encanta ese tema. Lo relaciono más con ese tipo de textos.

–          ¿Qué autores son influencias, tanto positivas como negativas?

–          La verdad es que no lo tengo muy claro… Tengo una mirada rara sobre algunas cosas que no me gustan pero de alguna manera me llegan aunque sea indirecta, porque lo escucho o te taladran la cabeza con eso en lugares que no podés controlar. Soy de tomar mucho ese tipo de formas, y encuentro elementos o formas poéticas en esas cloacas. Cuando digo, por ejemplo, “Escribo igual que Arjona, me calzo las mismas botas líricas…” es también hacerme cargo de que la materia prima del tipo es poética, aunque por ahí es la antítesis de lo que a mí me gusta. Pero no puedo negar que su forma de expresarse es poética y no reniego de eso. Está bueno asumir que eso también es poesía y que hay mucha gente a la que le resulta eso. Qué se yo, problema de cada uno…

Y en cuanto a influencias positivas, son cosas de las que no podés darte cuenta. Referentes, en cambio, sí. En la poesía tengo poetas que me gustan mucho, aunque no sé si hubo alguno que me haya marcado especialmente para este libro. No es que acá seguí a un determinado autor. En el libro hay décimas, milongas, romances, sonetos, formas clásicas que me gustan mucho.

–          ¿Creés, entonces, que la forma condiciona el contenido?

–          No, la forma es el contenido. La clave de todo hecho artístico y comunicacional es que forma y contenido sean los mismo, tienen que ser una sola. Pienso en revistas bienintencionadas que son un plomazo: la mala forma es un contenido hasta reaccionario si se quiere. Arte y comunicación son las dos cosas que me obsesionan, entonces para mí no existe eso del arte fuera de lo comunicacional; no hay abstracción. Todo bien que haya gente que lo haga y le guste, pero yo necesito comunicar.

–          Entonces… ¿no todo es poesía?

–          No sé. Lo que digo es que al menos yo necesito comunicar. Por eso me encantan los poetas concretos brasileños, los poemas visuales de Gustavo Campos por ejemplo. Además, emparento mucho la poesía con la publicidad, son formas comunicacionales muy directas. Joan Brossa decía que había que tomar la forma de la publicidad porque era contundente, pregnante, y dar vuelta su contenido ético que era monstruoso. Eso fue clave para mí porque me ayudó a darme cuenta de que mis distintas obsesiones iban por un mismo camino, a pesar de que yo siempre lo había vivido de manera esquizofrénica.

–          Sé que sos un gran lector y se nota en el libro. Ahora bien, hay muchos que piensan que cualquiera puede hacer poesía, y hay otros que piensan que no, que es un género de élite, como cualquier otro. ¿Vos qué pensás? ¿Hace falta ser buen lector?

–          No sé si buen lector, pero sí me parece que tenés que ser un lector inquieto. Para saber de qué va y no pensar que descubriste la pólvora con cada cosa que escribís, porque después te das cuenta de que ya estaba hecho. Y está bueno tener esas referencias y saber lo que se hizo. Sino después escribís cagadas. Yo soy muy inquieto y asiduo lector de poesía. No soy un tipo metódico y ni sé cuáles son mis referencias ni en este libro ni en nada de lo que hago. Pero por ejemplo, soy fana absoluto de Lorca y eso me hace retomar ciertas formas clásicas para con eso ir a lo profundo del alma humana en situaciones cotidianas, pero también me encantan los poetas de Nueva York…

–          Bueno, por último, contanos en qué estás trabajando ahora.

–          Me gustan los poemas de largo aliento. Por ejemplo, mi libro anterior se llama Cuatro cuartetazos y son poemas muy largos divididos en partes que tienen ciertos tonos de épica ramplona y bastarda. Ahora estoy escribiendo algo que vengo planeando hace tiempo, que también es programático. Algo así como un “disco conceptual” dedicado a la música e inspirado en Joan Brossa, y todo lo que tiene de poesía visual. Él retoma una forma clásica que es la sextina y tiene un poema “Sixtina conceptual” en donde explica de qué se trata. Yo, por mi parte, estoy investigando cómo hacer para escribirla.

Marchetti, Pablo, El amor, Buenos Aires, Ediciones Godot, 2012, 96 pp. ISBN: 978-987-1489-51-01.

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