Traducir una obra tan anclada en un cierto lugar y una época específica nunca es una apuesta fácil; por ejemplo pensemos en la traducción española de Trainspotting, un texto de la misma década y de la misma isla que la obra reseñada aquí. No es de casualidad que menciono la novela de Irvine Welsh ya que las dos tratan de sexo, drogas y los noventas aderezados con una fuerte violencia y una representación deliberada del Zeitgeist británico de la época. La adaptación de Shopping and Fucking de Mark Ravenhill que ahora se puede ver en El Extranjero, traducida por Rafael Spregelburd y dirigida por Mariano Stolkiner, es un intento de poner esta obra en un contexto moderno rioplatense.
La obra nos presenta una convivencia extraña de una especie de ménage à trois que tiene lugar en la casa de su integrante mayor y que completa una pareja, Lulu y Robbie, cuya historia previa no queda muy clara. Mark (Daniel Toppino), el más grande y el dueño de nuestra pareja de relación indeterminada, anuncia que va a una clínica para enfrentar su alcoholismo y adicción a la merca. Busca alejarse de toda relación sentimental y remplazarla con relaciones financieras. Así se encuentra con Gary (Lucas Lagré), un pibe que vende su cuerpo por sexo, quién tiene una búsqueda propia, pero opuesta, de una figura mayor, mitad padre mitad dueño sexual. Los dos que quedan de la convivencia empiezan a vender drogas para hacerse algo de plata, pero el asunto se complica y terminan debiendo dinero a su dealer (Guillermo Aragones). El desarrollo de la acción en la forma de una telaraña depende del acrecentamiento gradual de la violencia física, sexual y psicológica encarnada en transacciones monetarias y sexuales cada vez más fuertes y perversas.
Esta violencia es el eje de la obra, alrededor de la cual giran la narrativa, los personaje y el guión. Y aquí tengo mi problema principal con Shopping and Fucking. Acepto que la violencia, llevada a los extremos más perversos de la imaginación humana, pueda ser una herramienta necesaria en el teatro, tanto como en cualquier otro arte. Sin embargo, si me mostrás una escena donde lo matan a un pibe de catorce años con un cuchillo por el culo, después de cinco larguísimos minutos de una violación en grupo, fuertemente iluminada por luces estroboscópicas, quiero sentir que me ha llevado a una comprensión más profunda de la obra. Me pueden llamar mojigato si quieren pero, para lograr ejecutar la violencia a este nivel hace falta que el objetivo de esa decisión sea visible. Sólo pido un mensaje o un comentario sobre, no sé, algo para que se la justifique. Pero, a pesar de tocar un montón de temas que son muy relevantes a la Argentina de hoy -la violencia sexual, el consumismo, la merca, el abuso de menores, y la lista sigue- Shopping and Fucking no logra hacer ningún comentario pertinente sobre la Argentina en 2013. Parece tratar de hacerlo pero falla, posiblemente porque la acción no resulta suficientemente creíble para comunicar el mensaje deseado, sea cual sea que haya sido. La verdad es que sólo logró acercarse a un tipo de arte que muestra violencia para chocar al público, sin otro fin a parte de su propia aparición.
Nos quedamos, entonces, con la duda: ¿por qué no pudo la obra expresar algo relevante a través de todo este sex, drugs and rock and roll? Puede ser que el defecto clave fuera de temporalidad. No hay ninguna duda que el Shopping and Fucking de Spregelburd y Stolkiner tiene lugar en alguna ciudad en la Argentina en la actualidad: el lenguaje es sumamente rioplatense, hablan de montos de plata actuales, hacen referencia a un ‘papa sudamericano’… No faltan marcadores de lugar ni de época pero sí hicieron falta detalles de adaptación al contexto moderno argentino. El resultado es una mezcla de lunfardo del siglo XXI con remanentes de los noventa londinenses. Una tentativa valiente de adaptar una crítica británica del consumismo y vacío cultural de los noventa al contexto nacional quedó en un lugar indeterminado en el medio del Atlántico, y así se presenta al público: sin decir mucho ni de Inglaterra circa 1996 ni de acá circa 2013.
La actuación de Lucas Lagré, en el rol claramente difícil de Gary, consigue rescatar un poco el resto de la obra. Las otras interpretaciones no resultan nada especial, probablemente por problemas de la adaptación en lugar de una falta de talento en el escenario. No hay mucho más que haya brillado en la obra. Si sos el tipo de persona que ve un valor intrínseco de la violencia cruda que no busca nada más que ser vista, esta obra te va a encantar. No obstante, si salís al teatro para ver algo provocador que te comunique algo sobre el mundo que habitamos todos, mejor que te quedes en casa y te pongas (de nuevo) a disfrutar de Trainspotting.
El 14 de Junio fue la última función de 2013.
Buena reflexión. Me hizo acordar de Quentin.
http://www.lanacion.com.ar/1545702-la-pregunta-que-desato-la-furia-de-tarantino
Me encanta Tarantino y no pienso que ningún creador tenga porqué dar razones para sus elecciones artísticas si no quiere. De hecho la obra es independiente de su gestor. Pero pienso que como espectador uno tiene la obligación de preguntárselo a la obra.