La emoción y algo de ansiedad por volver a ver a Max Cavalera en un escenario argentino siempre está, por más que su última presentación aquí haya sido hace poco más de un año, pero, cuando se apagan las luces y la banda se pasa quince minutos probando sonido detrás del telón, esa emoción y ansiedad devienen en un toque de desconfianza por lo que finalmente se podrá ver cuando ese telón ya no esté.
Y cuando Soulfly sale a escena, el sonido no ayuda y se ve a un tipo que, a diferencia de su recital en marzo de 2012 en el mismo lugar, no tiene demasiadas ganas de tocar y solamente quiere jugar un poco con el público y arengar todo el tiempo con tal de que la lista vaya avanzando lo más rápido posible.
No es menor tener enfrente a ese gordo carismático que todos queremos, pero a veces, muy raras veces, se puede estar ante un show bastante desparejo como el de esta noche de miércoles, por más que quien esté en el escenario sea el máximo responsable del éxito que tuvo Sepultura en el pasado. Hoy merodea la sensación/certeza de que Max se armó otra banda para no tener la presión de seguir sacando discos como Chaos A.D. o Roots. De hecho, nunca más se le conoció material de semejante calidad.
Y en esta noche despareja de El Teatro de Flores, Soulfly arranca con Plata o Plomo y seguirá ofreciendo, casi como de cumplido, los hitazos de la época en que Max compartía intereses musicales con su hermano Igor, Andreas Kisser y el menospreciado Paulo Jr., como Refuse/Resist, Territory, Arise y Attitude.
Cerrando la noche, Max se va quitando la guitarra en el combo Jumpdafuckup/Eye for an eye, mientras va pidiendo una ovación para retirarse en paz y dejar a la banda tocando la intro de The Trooper, de Maiden. Un final tan raro como tener que hablar de un show desparejo de un prócer latino del metal como lo es el mayor de los Cavalera.
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