A veces es preferible no innovar, sino hacerlas cosas bien. Como cuando querés agregarle brócoli a la ensalada rusa, puede que te salga mal. Si no se te ocurrió ningún ingrediente más atinado, mejor seguí la receta tradicional. No serás el rey de la fiesta, pero…
Cuando escuché En el país de las maravillas, el último trabajo de estudio de Los Tolchocos, me dio esa misma sensación. Entiendo que es mucho lo que se hizo ya en el rock y que, si se quiere salir con algo original, una posibilidad es probar combinaciones que pueden resultar más o menos exitosas, más o menos desastrosas. A ellos le salió algo intermedio: la convivencia de la distorsión de Ciudadano con las trompetas pseudo rancheras de Un marinero pudo haber sido una buena idea, pero no terminó de quedar algo homogéneo, armado. En una laguna de fusiones innecesarias, busco con atención un hilo conductor pero no hay caso, lo único que encuentro es una colección de partes de… “cosas” inconexas. No sé si me atrevo a decir que lo que tenemos acá es un disco, y mucho menos de rock. ¿Qué tiene que hacer la cumbia de Sonido amazónico ahí? Nada.
¿La voz de El Féretro no está excesivamente impostada? ¿Acaso no es demasiado el contraste con la de El pequeño Juan? En la primera, pareciera que estamos ante un imitador de Gustavo Cerati, mientras que en la segunda, claramente se trata del primo hermano de Dudu, de Sin ley. Y cuando quise fijarme en el libro si ambos eran interpretados por Juano, el cantante, ¡sorpresa!, le faltan canciones…
No puedo dejar de encontrar reminiscencias (quizá involuntarias) de otras bandas. Por ejemplo, Sideral me hace acordar al sonido tan propio de los inicios de Juana la Loca, y Sombra tuya a Cuando pase el temblor, a pesar de cambiar el sikus por la trompeta y el bombo por los acordeones. El asunto acá es que, en última instancia, Soda Stereo logró una excelente inclusión del carnavalito andino en un disco de rock. Los Tolchocos no sé qué quisieron hacer.
Sinceramente, creo que el único tema de los nueve que contiene el disco que rescato, es el instrumental con que abre, 1982. Tiene cierta cadencia que amenaza con seguir en el resto del trabajo. Igual no, es sólo un amague estratégico.
Soy consciente de que mucho de lo que tiene la crítica es subjetivo, por eso a veces quienes hacemos este trabajo resultamos detestables. Pero no les puedo mentir, a mí no me gustó ni un poco. Lo bueno es que siempre pueden desconfiar de mis gustos, ignorarlos, comprarse el disco y, más aún, disfrutarlo.
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