La mirada omnívora

por_dentro«El libro fue bien recibido, sí. Pero se leyó mucho lo autobiográfico y el sufrimiento no legitima la literatura. Lo que legitima la literatura es el texto.»

El que habla, en una entrevista publicada en 1999 –dos años antes de arrojarse desde el piso doce de un edificio de la ciudad de Córdoba, en la que residía– es Jorge Barón Biza. «El libro» del que habla allí es El desierto y su semilla, su única novela, publicada originalmente en 1998 y recientemente reeditada por Eterna Cadencia (2013).

Pero esta no es una reseña de esa novela.

Aun así: ¿cómo no empezar por ahí para hablar de Jorge Barón Biza, si detrás de la aparente dispersión de ensayos de Por dentro todo está permitido (Caja Negra, 2010: de eso se trata esta reseña) parece esconderse el fantasma de El desierto y su semilla?

Como en una casa embrujada, en la que todos sus habitantes son conducidos al suicidio.

Empiezo de nuevo: hay dos grandes tentaciones al hablar de la obra de Barón Biza. Una consiste en detenerse casi exclusivamente en su tragedia familiar y hacer de la biografía la clave de su producción literaria. La otra, por el contrario, consiste en seguir al pie de la letra la afirmación del autor («lo que legitima es el texto») y, así, caer en su trampa.

Hay un camino intermedio. Respecto del primer peligro, lo mejor es retacear los detalles escabrosos de la saga de los Barón Biza –engañosos o, al menos, irrelevantes para los fines literarios–: los curiosos podrán googlear las circunstancias que rodearon las muertes voluntarias de padre, madre e hijo, los resortes que conectan esos tres suicidios reales con las vidas imaginadas de los personajes de una novela. Con un poco de paciencia y morbosa indiscreción, podrán incluso llegar a «La verdadera historia» de los Barón Biza, publicada en Clarín por el inefable Enrique Sdrech en 1986, y que motivó una carta de respuesta de Jorge incluida entre los ensayos de Por dentro todo está permitido.

el desierto y su semillaRespecto del segundo peligro, lo mejor –y no sólo en el caso de Barón Biza– parece ser no confiar del todo en un autor que habla de su obra. Dejar, como él quería, que sea el texto el que hable, y no la biografía. Pero no olvidar que, cuando los textos que hablan son los que forman parte de Por dentro todo está permitido, lo que se advierte detrás de ellos es que la verdadera biografía de un autor no es el repaso lineal de los acontecimientos encerrados entre la fecha de su nacimiento y la de su muerte, y ni siquiera una fracción caprichosa de esos acontecimientos, pasados por el filtro de una memoria selectiva. Un poco a la manera de Borges –que aparece tangencialmente en esta antología, reflejado en la mirada de una María Kodama enamorada–, lo que termina revelándose aquí es que la verdadera autobiografía de un autor es su biblioteca, que se adivina detrás de ciertas referencias, ciertos guiños, ciertas deliberadas omisiones. (El título Por dentro todo está permitido, por ejemplo, está tomado de una frase subrayada por el propio Barón Biza en su ejemplar de Viaje al fin de la noche de Céline).

Elaborado a partir de notas periodísticas aparecidas en diversos medios –la más antigua, una semblanza de Isidoro Cañones, publicada como carta de lectores de Clarín Revista en 1971; las más recientes, publicadas en el mismo año de su muerte– y algunos apuntes para la cátedra de Literatura Argentina de la Escuela de Ciencias de la Información de la Universidad Nacional de Córdoba, Por dentro todo está permitido es un libro que aparenta dispersión detrás de su organización temática. O acaso sea a la inversa: una máquina racional escondida bajo la piel de una colección de ensayos dispersos.

En la sección Reseñas, por ejemplo, la dispersión está representada por la gran variedad de artistas plásticos cuyas muestras Jorge Barón Biza cubrió para diversos medios. De Manet a Mapplethorpe, de Basquiat a De Chirico, la principal virtud de estas reseñas es la invitación a buscar en la computadora o en el teléfono las imágenes de las que se habla, para mirarlas dos veces: con nuestra mirada y con la de Barón Biza, especie de guía turístico de una exposición imaginaria.

La sorpresa, sin embargo, aparece al final de la sección, y algo similar ocurre en las restantes: en Ensayos, con «La loca no se rinde», ubicado también al final; en Retratos, con «Toreros de radiadores» y «El canto de la lejana libertad», ubicados en el centro mismo del libro (el mérito es aquí de Martín Albornoz, responsable de la selección y organización de los textos). La última de las reseñas, «No tienen espalda» –publicada en el suplemento Radar de Página/12 en 1999– estira una vez más los límites de la autobiografía. La ocasión era la exposición fotográfica El asilo del tiempo de Diana Frey. Las fotografías retrataban el viejo Asilo de Ancianos General Viamonte tal como se veía en 1969, ubicado en el mismo espacio que ahora ocupa el Centro Cultural Recoleta, en el que tenía lugar la muestra. Barón Biza no se limita a reseñar la exposición, sino que parece meterse dentro de las fotos, para dar cuenta de la experiencia vivida en la época en la que caminaba por esas calles en su juventud, bajo la mirada de los internados del Asilo que se asomaban por encima del paredón. La reseña no habla estrictamente de la exposición fotográfica, pero tampoco del recuerdo de las caminatas de Jorge Barón Biza por las viejas calles de la Recoleta. Tampoco habla de las estatuas de mármol cagadas por las palomas, ni del hecho de que los viejos internados jamás pudieron ver esas estatuas –cagadas o no–, porque ellas sólo ofrecían su rostro a los que pasaban de este lado de la pared. No se habla de nada de eso en particular, o se habla de todo eso junto, pero lo que emerge de esa superposición de imágenes y sensaciones es lo más parecido a una percepción física del paso del tiempo. Un efecto casi imposible de lograr con la escritura, y que aquí se alcanza en apenas un par de páginas.

Desde ya, un volumen con textos de variadas procedencias, épocas, y hasta géneros –desde cartas de lector hasta apuntes de cátedra– es inevitablemente irregular. Pero hasta los textos menos atractivos, como esas breves anécdotas de veladas en Punta del Este o en mansiones de la «alta sociedad» de Buenos Aires, parecen cumplir la función de ofrecer el contraste necesario, cuando no la bienvenida sorpresa, de pequeñas obras maestras en las que la mirada de Barón Biza, su capacidad de observar de una manera absolutamente personal lo que está a la vista de todos, se manifiesta como un relámpago en una noche de tormenta.

Jorge Barón Biza
Por dentro todo está permitido. Reseñas, retratos y ensayos
Caja Negra, 2010, 208 págs.

Lalo Lambda

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