Relatos de Cohen: Blues del Delta Panorámico

tapa - RELATOS COHEN.inddA los buenos escritores se los reconoce por sus obsesiones. Algunos encierran entre dos tapas un libro perfecto, que atrapa al lector mediante la ilusión de un control total, de la sincronización de los engranajes que ponen en marcha el mecanismo de la literatura. Puede ser un libro breve, como Bartleby, o monumental, como Moby Dick: micro- o macrocosmos, autores como Melville hacen de cada libro un universo. Y al séptimo día, descansan: sus creaturas ya no les pertenecen.

Otros, en cambio, son ellos mismos habitantes de su propio universo. Sus libros nos llegan como fragmentos de un mensaje enviado desde otro planeta, sospechosamente parecido al nuestro. Y cada mensaje deja ver apenas una parte de ese mundo en permanente expansión. Son libros desbordantes, con tapas resbaladizas como las de un sandwich cargado de ingredientes, que al morderlo se desparrama en todas direcciones y deja marcas en el cuerpo. Empiezan y terminan, pero como empiezan y terminan las conversaciones: con la promesa de reanudarlas pronto, en el punto en el que las habíamos dejado.

Si, en el primer grupo, el modelo para la creación literaria es el de la Creación a secas (un dios-demiurgo que produce un mundo ordenado según su voluntad), el modelo del segundo es, en cambio, el Big Bang: una explosión de la que apenas nos llegan los ecos, y cuya única ley es la entropía. Por eso, no es casual que Marcelo Cohen (Buenos Aires, 1951) recurra a esa palabra para hablar de su literatura.

Con una amplísima experiencia como periodista y traductor –dos modos de relacionarse con las palabras que necesariamente dejan huellas en su obra–, la carrera literaria de Cohen tomó vuelo en España, pero se consolidó definitivamente en su regreso a Buenos Aires, en 1996. La aparición del Delta Panorámico en sus relatos y novelas (o en ese género intermedio que son sus «novelatos»), a partir de 2001, viene a ponerle nombre a algo que ya se intuía en las obras precedentes: la creación de un mundo propio e inconfundible. No sólo por la particular cartografía de ese delta potencialmente infinito, en el que cada isla se mantiene a la vez conectada e independiente de las otras, sino fundamentalmente por el particular lenguaje que allí se habla. Es decir: el solo hecho de haber construido todo ese universo propio sería ya motivo de reconocimiento. Pero, como decían los viejos teólogos, no alcanza con crear un universo si no se es capaz de mantenerlo en movimiento. Y lo que mantiene vivo al universo de Marcelo Cohen, lo que le da sentido a todo su proyecto de escritura, es el lenguaje.

imagen para Cohen 2En un aspecto superficial, podría hablarse de los sutiles desplazamientos que dan forma a la geografía y al idioma del Delta Panorámico, versiones levemente deformadas de una realidad familiar. Pero no se trata tan sólo de imaginar lugares como Isla Asunde, Ciudad Ajania o La Bruya, poblados por revistores, heladonios y musicajas. Allí donde un escritor atolondrado se atascaría en descripciones de objetos, costumbres o lugares más o menos fantásticos, Cohen sugiere que sabe tanto como nosotros. «Tengo la impresión de que el Delta Panorámico existía antes de que yo empezara a nombrármelo», dijo alguna vez. Su mayor familiaridad con ese universo no parece deberse al hecho de que él lo inventó, sino al hecho de haber vivido allí más tiempo que nosotros.

La colección de Relatos reunidos que acaba de publicar Alfaguara es una puerta de entrada ideal para ese universo, o una invitación a volver a él para sus lectores más fieles. La antología no está ordenada cronológicamente, sino en dos grandes secciones («Cuentos de este mundo», «Cuentos del Delta Panorámico»), que ya juguetean desde sus títulos: los «cuentos de este mundo», por caso, ni son estrictamente «cuentos», ni transcurren en un mundo al que podríamos indicar como «este». Entre ellos está el que acaso sea uno de los puntos más deslumbrantes de toda la producción de Cohen, «La ilusión monarca», aparecido originalmente en El fin de lo mismo (1992). Entre los «cuentos del Delta Panorámico», sobresalen las amistades de Leandra y Melaní (en «Un montón de adjetivos»), y de Multon y Tálico (en «Cuando aparecen Aquéllos»). Ambos cuentos pertenecen a Los acuáticos (2001), primera obra ambientada en el Delta Panorámico, y en ellos ya se advierte la reconocida capacidad de Marcelo Cohen para bautizar a sus personajes con nombres que se quedan grabados en la memoria.

Hay humor en estos Relatos reunidos, pero hay también nostalgia. El goce de su lectura viene acompañado por una cierta incomodidad, cuya descripción más acabada parece ser la que le expone un misterioso Mayer al protagonista de «El porvenir de la carne» (de Cuentos barceloneses, 1989):

«Mirá, Willy, yo pienso que conocer es traspasar las apariencias. Pero no para encontrar el absoluto como quien encuentra una casa confortable, sino para acostumbrarnos a vivir en la intemperie«.

Marcelo Cohen

Relatos reunidos

Alfaguara, 2014, 552 págs.

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Lalo Lambda

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