En tiempos en que muchos osan meter al rock (un estilo de vida, una forma de encarar el mundo) en la misma bolsa que un sinfín de expresiones y artistas tan descartables como un papel higiénico usado, el surgimiento de bandas como The Flying Eyes contribuye a marcar esa necesaria distancia que debe tener el rock con todo lo que no es ni quiere ser.
Este cuarteto surgido en 2007 en Baltimore, Estados Unidos, buscó inspiración en el primitivo rock de los sesentas y setentas y diseñó canciones impregnadas de una atmosfera stoner muy de estos días. Por eso se hizo inevitable que desembarcaran en el Uniclub, el refugio valvular por excelencia en todo Buenos Aires. Y nunca más oportuna su visita, ya que cayeron muy bien de entrada al demostrar una genuina alegría por ser escuchados respetuosamante a miles de kilómetros de casa.
El grupo es sólido y descansa sobre cuatro músicos que se destacan. William Kelly, guitarra y voz, no tiene ningún complejo en parecerse físicamente al Scott Weiland más relleno de los primeros días de STP ni en que su voz se parezca demasiado a la de Alex Turner, de los tan de moda Artic Monkeys; Adam Bufano, que con su larga cabellera llega a tapar su cara de nene recién salido del colegio, se deja llevar por las seis cuerdas de su Rickenbacker y tira un riff tras otro con una seguridad propia de alguien de mucha más edad; el bajista Mclean Hewitt, el portavoz natural del grupo, se encarga de redondear el sonido de la banda prescindiendo de la púa y Elias Schutzman, el que ve todo desde más atrás, no deja pasar oportunidad de golpear los tachos con convicción.
Tras las buenas presentaciones de Güacho y Buffalo, los Flying Eyes se acomodan en el escenario del Uniclub y se aprestan a tocar un set de sólo once canciones, como dejando hecha la invitación para completar la obra en una eventual y próxima visita a Buenos Aires.
“Parece mentira que ayer nos levantamos en Baltimore y hoy estamos acá arrancando nuestra primera gira por Sudamérica”, dice, palabras más palabras menos, McLean Hewitt en un parate del show que incluye piezas como Done so wrong, Winter, Bad blood y Rolling thunder, entre otras.
El debut de The Flying Eyes en Argentina es breve y contundente, la sorpresa es más que grata y la nueva apuesta de Noiseground (una más) es otra gran contribución a que el rock siga marcando esa necesaria distancia con todo lo que no es ni quiere ser.
Alejandro Panfil
Fotos: Santi Sombra
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