Los Rusos Hijos de Puta lanzaron su último trabajo de estudio, La rabia que sentimos es el amor que nos quitan, y entre las oscuridades de un Ultra Bar estallado de volumen y humo de todo tipo, nos habla una inquebrantable rusa Luludot atiborrada de indomable fervor: «Hay mucha gente que detesta su laburo, pero no porque no pueda salir de él sino más bien porque no sabe o no conoce qué es lo que realmente ama. Hay gente que no sabe qué quiere hacer y eso es angustioso. Nosotros encontramos la música y esa es nuestra bandera de amor. Todo lo que creemos, pensamos y hacemos es real porque nace del corazón y nos apasiona y ahí es donde está nuestro poder».
Dice Santi Mazzanti, La bestia del bajo en Los Rusos, que ellos hacen lo que quieren, que son libres y que el disco es la muestra del desenfreno de esa libertad. Y añade, siguiendo las palabras de Luludot: «La vida no se reduce en laburar para otros, sino más bien en laburar para uno mismo, y es precisamente sobre la imposibilidad de trabajar por y para uno mismo, pero destrozada por completo, que está inspirado el disco, porque ese es el amor que nos quitan, el de no dejarnos ser felices, el de mantenernos rabiosos, oprimidos, miserables».
Entre los dos parecen haber descrito el tema Snowball cuyo coro grita: «No quiero ir a trabajar/no quiero ir a trabajar». Y más adelante en Luna también arrojan: «Puedo subirme a un auto/ y andar miles de kilómetros/ levantarme tarde y no ir a trabajar». Así son. Sus letras son la vida y su música el espíritu. Y sigue la bestia Mazzanti: «Nosotros vivimos para alimentar esta banda, somos esclavos de ella, es nuestra libre esclavitud».
La versatilidad persiste. La innovación no termina. Los Rusos dejan claro que ese estilo tan particular de hacer rock -rescatado del más allá o del más acá, que es lo mismo- hace parte y proviene de sus imperiosos corazones. «Crear entre amigos, que todos tiren para el mismo lado te hace sentir más fuerte y ese es nuestro principal motor creativo», dice Luludot.
Son conscientes de que no son únicos, pero también comprenden que se están volviendo irreemplazables dentro de la diversa escena under. Van a México y a Costa Rica con sus valijas llenas de rabia y amor a cumplir con la voracidad y la anarquía que empieza a tramitar el destino de su segundo hijo recién parido. Será un mes largo de gira.
Sobre la producción del disco comentan: «Todo es un parto. Un parto que comenzó en abril de 2014 y que hoy, casi un año después, cesa», dice la bestia, y la Rusa agrega que ya están en faenas de «procreación del próximo hijo».
Ellos crean como respiran y eso lo remarca Luludot: «Todo es un dinamismo creativo, un proceso colectivo de participación y solidaridad donde nos expandimos como personas y nos sumergimos en nuestra infinidad de sentimientos. Hasta que no estamos conectados y sudamos de la emoción no creemos que algo está bien hecho y a nuestra medida».
«Sudar amor. Esa es la clave, sudar amor –insiste la Bestia- nuestro crecimiento tiene mucho que ver con que lo que hacemos destila confianza y reciprocidad mutua con todos los que nos apoyan, en especial con el público…». «Vamos ladrillo a ladrillo, pero con ladrillos fuertes». sentencia la Rusa.
La música de Los Rusos extermina la simpleza de las etiquetas e impulsa una expansión multidimensional: «No queremos pertenecer a nada, sólo queremos hacer música. Nosotros somos músicos de antro, no queremos al público sentado sino activo. Vamos a lugares en los que pensábamos que capaz no nos conocía nadie y nos llevamos la linda sorpresa de que nos corean y nos piden temas como pasó en Necochea y Bahía Blanca en diciembre del año pasado».
De seguro, canciones como Nada, Bien Bien Bien, Indiana y La Federal empiezan a tener voz propia, además de adjudicarse roles autónomos dentro de las locomotoras que son Los Pibe y Fan. En un trabajo tan inquieto y expedicionario como La rabia que sentimos es el amor que nos quitan, Los Rusos Hijos de Puta siguen descubriéndose y superándose a sí mismos, además de continuar su vertiginosa carrera de vicio sonoro con ese pleito al que ellos le cantan y que es el mundo que de a poco se van tragando. «Ah, ah, ah/tengo hambre!», vociferan por ahí al final del disco.
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