El punk no muere. Y es que es difícil que suceda porque, una de dos, o te agarra en tu adolescencia y parte de tu juventud y te hace dudar y romper con todo: cuerpo, cabeza, ciudad, estado, etc., o simplemente se mete en ti a manera de larga duración no para romper, ni siquiera para crear, sino más bien como para convertirse en una suerte de habitus que funciona como motor, como estilo de vida. Borrachos y agresivos, serios e introspectivos, sonrientes y amables, crestudos, calvos y peludos, 18, 20, 24, 28, 30, 34, 40, 45, 50, 60 años de edad por doquier para ver una banda icónica que, para el punk-rock total y desde finales de los 70s, se ha convertido en múltiples coros sagrados e imprescindibles: Dead Kennedys, un mito, ya, que no sólo concentra impresiones, sino que impulsa experiencias que hacen recordar que no sólo en los museos se encuentra mierda, porque esta es tan substancial para el mundo que podría llegar a ser su unificadora bandera.
Un Groove saturado se rasgó toda la madrugada del sábado 18 de abril con una fiesta clandestina inolvidable que cerraría 2 Minutos. Por razones prácticas de itinerario de la banda californiana, que al otro día debía viajar a Santiago de Chile para terminar su gira, saltaron primero al escenario. A la 1:30 en punto salen y se demoran más en hacerse de sus instrumentos que de empezar a tocar. La primera sorpresa: por cuestiones personales D.H. Peligro no está en el escenario y en su reemplazo un tal Steve Wilson debería labrar fielmente el histórico rastro de Peligro. Había que esperar. El tema escogido para abrir no pudo ser mejor: Forward to Death enlazó el coraje de la concurrencia que se animó, desde el primer segundo de estridencia, a hacer una licuadora que seguiría triturando todo lo que se moviera con Winnebago Warrior, Police Truck y Buzzbomb. Vemos a un Klaus Flouride, hipercanoso con un estilo y contundencia que no revela sus casi 70 años, saludar al público con la parsimonia de cualquier abuelito y a un Skip esforzado con un español aprendido en el avión. Let’s Lynch the Landlord, Jock-O-Rama y Kill the Poor son demoledoras, el pogo inundó más de la mitad del Groove revolviendo esqueletos en un maremoto de delirios.
Me dice un amigo nostálgico de Jello Biafra que la voz de Skip mejoró pero que no es lo mismo –completamente de acuerdo-, que de seguro habrá tomado clases de canto… me pareció bastante irónico para un vocalista de punk el tema académico, pero bueno, estábamos frente a profesionales del género ¿no? MP3 Get Off The Web, Too Drunk to Fuck y Moon Over Marin significaron el agotamiento que dio paso a un reposo insigne con pequeñas intervenciones de agradecimiento, antes de los himnos Nazi Punks Fuck Off y California Über Alles, temas en los que el oxígeno se esfumó para dejarnos a todos con la extenuación propia que sólo puede dejar el volver de una guerra. Después de un breve descanso reaparecen con Bleed for Me y el cover de Elvis Viva Las Vegas para rematar con la celebrada Holiday in Cambodia. Otro descanso. Imposible no hacerlo. 5 minutos después emerge de la penumbra del escenario una versión rapidísima de Chemical Warfare que dejó establecida la perfecta interpretación de la batería por parte de Wilson. Como epílogo East Bay Ray empieza un fragmento muy rockandrollero de Sweet Home Alabama de Lynyrd Skynyrd y, despidiéndose con todos sus compañeros, pone puntos suspensivos a la euforia y la vorágine de la noche.
Después de los hippies y sus acostumbrados malabares y pasadas las 3:30 am, hace su aparición 2 Minutos, inaugurando el segundo estercolero de la noche. Con tres guitarras a la cabeza, la banda de Valentín Alsina no tocó sino que exterminó lo que quedaba de público con sus temas clásicos y la soltura –cada vez más despreocupada- que los caracteriza. Acá puedo extenderme con el set list pero sería infructuoso porque sabemos que si por 2 Minutos fuera, tocarían toda su discografía y varios covers, sin parar durante el tiempo necesario. Habrán sido tranquilamente 30 temas que si no fuera por la pasión y el poder que despiertan habrían sido un bodrio por el pésimo sonido que enmarcó la presentación. Afortunadamente siempre están Pablo y Mosca para enrollar con sus hilaridades y liar a la gente en un mismo viaje guiado por esa embebida sustancia que irriga su música.
Cobardes disfrazados de punks
A las 5 a.m. salimos envueltos por una atmósfera bastante tensa. En la entrada del Groove presenciamos el empañamiento de lo que había sido una fiesta. Un grupo de 15 o 20 chicos que habían compartido el espacio del recital persiguen a un sujeto hasta que a las tres cuadras logran acorralarlo para darle bate, palo, cadena, manopla, correa, puños, patadas y hasta cuchillo durante más de 15 minutos. Hasta que no vieron que el tipo cayó inconsciente y la acera parecía el piso de una carnicería no pararon. En medio de la confusión, la impotencia y la rabia, y sobrevenidos por el dolor que significa ver cómo se muere alguien sin poder hacer nada más que esperar una ambulancia, supe que el tipo se llama Martín, y espero que así se siga llamando, porque después de semejante salvajada lamentablemente alojo la duda. Puta violencia. Eslabón de cadena infinita y sello intrínseco de nuestra estupidez.
Dejá tu mensaje