Yawning Man abrió una sucursal del desierto en Buenos Aires [review]

Los viajes siempre son una excusa.  Para explorar por dentro o por fuera… escribí alguna vez para iniciar y terminar una crónica de un largo viaje por el sur de Sudamérica y ahora, después de ver a Yawning Man, no sólo reafirmo esta frase en términos literarios, sino que la izo en el terreno de lo estrictamente musical, ya que el éxodo de sentidos que experimenté al ver a los fundadores del Desert Rock (hoy más conocido como stoner, mote que si se traduce al español significa fumador de marihuana) no requiere ningún tipo de desplazamiento físico, ya que para viajar y/o explorar, sólo basta con estar ahí frente a ellos mientras ejecutan su virtuosa y polifacética música que supera con creces la experiencia netamente instrumental, haciéndose de fortísimos sonidos valvulares acompañados de una percusión cuya heterogeneidad es más que sólida.

Venían de hacer dos shows en Chile y aterrizaron en Argentina pensando en dos fechas sin sospechar que se volverían para California con cuatro encima: tres consecutivas en Club V Bar de Capital Federal y una última en la provincia de Neuquén. Este es sólo el primer indicio de la respuesta que el público porteño tuvo para con este power trío  que el año que viene cumplirá 30 años de trayectoria.

¿Habría cabida para música del desierto el último sábado de un otoño en Buenos Aires? Sí. A veces las atmósferas conferencian por sí solas generando impresiones que se separan de lo estrictamente percibido y buscan refugio en lo psicológico para generar escenarios capaces de componer nuevas dimensiones de interacción sensorial, y esto, justamente, fue lo que sucedió entre las 21 y las 22:30 del mencionado sábado. La tarima de 50 centímetros separaba a los músicos del público. Los amplificadores como refrigeradores de dos puertas escoltaban las sombras surgidas del delirio de luz y sonido que se venía encima.

Mario Lalli en el bajo, Gary Arce en la guitarra y Bill Stinson en la batería marcarían territorio transfiriendo al público la infalible energía del desierto con las brillantes Sand Whip y Memorial Patter, dos temas resonantes con la consistencia perfecta para nivelar a punta de evocaciones los cerebros de los neófitos que bien sea dicho de una vez, eran pocos. Seguirían con Far off adventure, Manolete y Perpetual oyster, canciones con un groove tan trasparente como dogmático. El público estupefacto por el trance sónico se dedicó a aplaudir cada vez que el estallido de volumen cesaba. Catamaran –tal vez el tema más conocido de la banda gracias al cover que Kyuss hace de la misma- apareció intensa y volátilmente para terminar de cautivar a la concurrencia, acompañada de la gran Rock formations que es tal vez la apología más estentórea y fiel a la escena de Palm Desert que ellos mismos forjaron en 1986 y que hoy se deriva en una generación de músicos de imposible cuantía para la historia del rock. Fue el turno para las electrizantes y narcotizadas The wind cries linn, Dark meet y Under water para ir cerrando fenomenalmente con la alborozada y movida Draculito que desencajó uno que otro bailarín y sirvió de bambalina para una impresionante versión -alargada y muy virtuosa- de Ground Swell que terminó por adentrar al público por las vías polvorosas y místicas de la magistral Blue Foam, el peregrino tema que eligieron para liquidar la imaginación del respetable haciéndolo llegar a la última parada del desierto que Yawning Man arrastra por el mundo: un oasis donde la sobredosis de buen rock es inminente.

CJay Jaramillo

Fotos: Dahian Cifuentes

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