En el documental La desazón suprema, el escritor colombiano Fernando Vallejo asegura que el cine es un lenguaje muy menor al lado de la literatura, así como la literatura es infinitamente inferior a la música. Aunque esta resulta ser una frase digamos odiosa para quienes nos movemos vital y gustosamente entre estas tres artes tan aparentemente disímiles, siempre me quedó el eco de su significado gravitando en mi cabeza, aunque, lo acepto, con ciertos aires de conformidad.
En lo personal puedo saltar de una película de Jim Jarmusch o Woody Allen a un libro cualquiera de Michel Houellebecq o Paul Auster y terminar escuchando a Little Richard o a los Ramones, me tiene sin cuidado, puesto que para mí todo lo que tenga que ver con imágenes, letras y sonido siempre ha sido y seguirá siendo un placer. Sin embargo, debo decir que no soy músico ni cineasta y que lo mío son las letras… pero, si tuviera que quedarme con una de las tres y mandar las otras dos a donde ya sabemos, sin pensarlo me quedaría con la música. Me permito esta pequeña introducción para aducir que el documental Relámpago en la Oscuridad dirigido por Pablo Montllau y Germán Fernández puede ir en esta misma vía: la de sacrificar todo por la música, haciendo que todos los caminos lleguen a ella con una agudeza narrativa que revela un paciente y límpido trabajo de archivo que funciona como una filigrana.
Gracias al frío y la soledad de un sábado en la noche –cuatro conjugaciones perfectas que estimulan la trashumancia y el deambular de quien escribe- fui a parar casi a media noche al espacio INCAA Gaumont de Congreso y por $8 entré a la sala 2. Me senté cerca a la entrada general de la sala y apenas se hizo la siempre romántica oscuridad del cine empezaron a ingresar, como si se hubieran puesto de acuerdo y uno tras otro una treintena de metaleros bien encuerados. Era una cita, al parecer, y yo había llegado de improvisto gracias a mi generalizada necesidad de vagar por ahí sin rumbo fijo.
Este impecable documental o “rockumental” que cuenta la historia de la mítica banda de heavy V8 duró 102 minutos y el espectáculo estaba tan adentro de la pantalla como afuera. Nunca estuve en una proyección de algo que invitara al público a participar directamente de lo observado sin ningún tipo de aspaviento, además porque las rígidas ordenanzas del cine siempre instan al silencio y a la concentración y no a la bulla y mucho menos al canto. Pues bien, Relámpago en la Oscuridad antes de ser cine es rock y así, sin lugar a dudas, era menester que hubiera cabida para cualquier cosa.
El rodaje de este proyecto duró cuatro largos años entre idas y vueltas por ciudades como Buenos Aires y alrededores, Resistencia, Paraná, San Jorge, Montevideo, Miami y contó con testimonios casi confesionales de las personalidades que pasaron por V8 como Alberto Zamarbide (decidido protagonista del filme), Miguel Roldán y Adrián Cenci (V8 y Logos), Ricardo Iorio (V8, Hermética y actual líder de Almafuerte), Walter Giardino y Gustavo Rowek (V8 y Rata Blanca), Osvaldo Civile (V8 y Horcas) y terceros no menos importantes como Vitico (Riff, Pappo’s Blues y Viticus) y Pil Trafa (Voz de Los Violadores). También participaron periodistas especializados y escritores como Norberto “Ruso” Verea, Eduardo de la Puente, César Fuentes Rodríguez y el manager y productor Marcelo Tommy, entre otros tantos amigos y familiares. Con estas entretenidas voces se revivieron los poco más de 35 años del persistente mito V8 que continuó vigente incluso después de su disolución en 1987, antes de la cual forjaron las piedras angulares del metal argentino: Luchando por el metal (1983), Un paso más en la batalla (1985) y El fin de los inicuos (1986), además de otros tres álbumes que penden de reuniones, presentaciones en vivo y recopilaciones: No se rindan (1991), Homenaje (1996) y Antología (2001). La prosa documental además de reescribir audiovisualmente la historia de la banda y sus integrantes también reconstruye la historia general y germinal del género en la Argentina.
Ahora bien, argumentalmente el rockumental se sitúa en la vida y obra de Alberto Zamarbide y su cotidianidad desde que nace V8 por allá en las postrimerías de los convulsionados 70s, pasando por los excesos de la época, la posterior conversión al evangelismo, los duros años del exilio y la vuelta a Buenos Aires con un show en el Groove de Palermo a mediados del 2013, donde se reencuentra con sus amigos y coprotagonistas de la historia V8 para celebrar los 30 años de Luchando por el metal. El gran acierto consiste en que todo el tiempo se muestran individuos de carne y hueso despojados de adornos y fanatismos que, como todo el mundo, también se dedican a librar batallas en favor de sus sueños y en contra del olvido.
Para ver y disfrutar el trabajo de la dupla Montllau-Fernández no hay que ser amante del metal ni saber nada sobre él, porque su trama y sus claves son tan universales y contundentes que terminan siendo aptas para todo público. Enhorabuena.
Gio Jaramillo (CJAY)
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