La ciudad es gris en todo sentido. Sus paredes permanecen así sin cuestionamiento alguno por parte de quienes las disfrutan o padecen y, por supuesto, las nubes tienen asistencia perfecta en esta parte de las islas británicas. Es Edimburgo, es Escocia y no hay ningún tipo de indicio de que aquí esta noche va a tocar la banda más grande del mundo. Claro, hasta que se hacen las seis de la tarde y cada uno deja lo que está haciendo, ya sea local o turista, para marchar en dirección del Murrayfield Stadium, que parece chico desde afuera pero que impresiona por lo gigantesco y pintoresco que se lo ve desde adentro.
Es todo muy ordenado, sí, y hasta el que corta los tickets en la puerta da lo mejor de sí para saludar y dar la bienvenida. Está recontra nublado y la amenaza de lluvia es una constante, pero hay clima de fiesta y por eso hay paciencia para hacer media cuadra de cola por una cerveza de cuatro pounds y por una remera oficial (promedio 20 pounds) de la gira que comenzó como Sonic Highways World Tour y terminó rebautizándose como Broken Leg Tour tras ese accidente rockero que le provocó una fractura a Dave Grohl mientras tocaba Monkey Wrench en Gotemburgo, Suecia.
Van muchos meses de gira presentando su último disco y por más que David “Fucking” Grohl, como corean los borrachines escoceses que llenan Murrayfield, toque sentado en una loca silla mecánica, con luces y mástiles de guitarras, la banda está lejos de dar su mejor concierto porque luce exhausta (“Venimos cansados del tour, pero los vemos a ustedes y reaparece la energía”, dice Grohl, palabras más, palabras menos). Y aquí se nota el doble filo del éxito en el rock and roll: perder contundencia por querer conformar un poco a todos. La banda no luce en la mayoría de los pasajes del show y por ende no brillan tremendas joyas como Something from nothing y Congregation. Para levantar un poco, cae justo Molly’s lips, cover de The Vaselines que grabó Nirvana en Incesticide. Lo arranca Pat Smear, que formó parte del abrupto final de la banda de Kurt Cobain y que también es parte importante de la historia de la banda de Grohl, que ya lleva dos décadas en la ruta. El “let me tell you something” de Dave aparece en todo momento, para desafiar al público a que apruebe el test de amistad o para preguntar por quiénes están viendo a Foo Fighters por primera vez. Claro, son pocos los que levantan la mano en comparación con los otros tantos que se quedan quietos y parecen chapear su suerte.
El cansancio es moneda corriente en esta noche escocesa. Y el fiel reflejo de ello no es Grohl sentado y con su pierna en recuperación, es el hiperquinetico Taylor Hawkins que no encuentra el aire suficiente para cantar todas las palabras de Cold day in the sun. ¿Cómo se hace para salir del paso? Fácil, porque llega My hero y cumple con entregar ese momento épico que espera la mayoría que va a ver un recital de Foo Fighters, hable en inglés, español o portugués. Le pegan White limo y Arlandria para mantener los corazones calientes, pero todo se diluye cuando llega una insípida versión de Outside, tal vez el mejor tema de Sonic Highways.
Es raro no ver a Dave corriendo de un lado al otro del escenario y arengando mientras toca su Gibson azul metálico. Es raro verlo preso en una silla al mejor estilo Alexander De Large obligado a ver videos de situaciones ultraviolentas. Foo Fighters está desnaturalizado y se nota, aunque nadie puede negarles la actitud y el esfuerzo.
Es tiempo de ir cerrando la noche. No habrá bises, será todo en un solo bloque de 22 canciones. Luego de Monkey Wrench, el tema de la fractura en Suecia, y Best of you, dedicado a los teloneros Royal Blood, llega Everlong, la mejor excusa que encontró la banda para evitar la palabra adiós.
Alejandro Panfil
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