Sábado 16 de Enero. Los medios alarmistas reportaban por televisión que habría estallado el verano. Salí a la calle temiendo lo peor. El verano parecía estar bien. Así que caminando fui, muy contento de estar donde estaba, hacia el Roxy, que parece que arrancaba el año pegando primero y preguntando después, con una contundente fecha de rock pesado argentino.
Escuchar a Manthrass es como volver a la escuela. Es el rock como lo recuerdo de mis ya lejanos días en el Sur. Es copiar discos de Pappo y Motörhead tapando con papelitos los agujeros del cassette. Es arreglar un parlante roto con un poco de cinta. Hubieran sido la banda de sonido ideal para las reuniones metaleras en los barrios obreros de mi ciudad natal. ¿Suena lo que digo a que Manthrass hace música vieja? ¿Me encuentro en este instante al borde de un retroceso senil? ¿Yo estuve en onda, pero después cambiaron la onda y ahora la onda que traigo no es buena onda y la onda de onda me parece muy mala onda? De ninguna manera. Estos hombres con buen humor y rítmicas pesadas son el paciente cero del rock nacional. Un animal raro que sobrevive haciendo lo que muchos deberían estar haciendo: rock honesto y sin vueltas. Blues del Destino gira alrededor de un riff de blues zeppeliano repartido entre la guitarra y el bajo. No Vale la Pena retoma las líneas crudas y las baterías rectas del primer Pappo para decirte que dejes de boludear y te enfoques un poco. Una Flor, tema especialmente apreciado por la concurrencia, insiste en la misma línea: “por favor no me llores, si sabés que no es el fin”. El cierre de un set emocional me obligó a agarrarme de la baranda: ¡Black Night, de Purple! Gran cierre, gran banda. Carnes asadas, pan, agua, vino y Manthrass.
Con Narcoiris llegó el turno de una mayor densidad dramática y un sonido más decididamente stoner. Tuve la oportunidad de escuchar este mismo martes a su hermano jipi Viaje a Ixtlán. Si éste te pone en órbita desde la intensidad mística de los sonidos de sintetizador y las capas de guitarra psicodélica, Narcoiris le tira el acoplado encima a tu Fiat neuronal. Pero no es solo stoner descerebrado y rutero. Está lejos de eso. Recobra también la sutileza artesanal en las armonías y en las letras que lo inscriben en esa gran tradición de la que hablaba antes. Eso es lo que los vuelve imprescindibles. A destacar las melodías de voz de Fernando Figueiras, en torno a las cuales parece organizarse la identidad musical inconfundible de Narcoiris.
Ya con Buffalo la cosa cambia. Acá lo único que permite inferir cierta pertenencia geográfica es el idioma de las canciones. Obviamente no es una crítica. Sobre todo si esa pretensión de universalidad se encuentra validada en un sonido muy trabajado, en un despliegue técnico notable y en una intensidad aplastante (si, aplastante como un búfalo, te calmás). Es stoner metal perfecto. Pensá en Fu Manchu, Grand Magus, Spiritual Beggars. Qué se yo. No los había escuchado antes y me sorprendieron muchísimo. Por la atención a los detalles, especialmente el sonido de los instrumentos y el modo en que se acoplaban entre sí. Hay mucho trabajo acá y mucho talento. ¿Los iría a ver si en vez de Buffalo se llamaran Tan Sónica? Probablemente no. Pero los escucharía a todo volumen en los auriculares y pondría el disco en una caja de Ozzy.
Texto: Luis Barone
Fotos: PH Sombra
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