Tras un día de gotas y otro de diluvio, la decisión más importante en lo que va del 2016 está tomada. Ninguna señal de humedad más para mi ropa ya que voy a hacer la inversión que vengo postergando desde hace tres días. Al primer vendedor de pilotos que pase le compraré una unidad y será la salvación. Y ahí, al levantar la vista aparece uno, ese que está en todos lados, como el que le vende panchos en el cementerio a Homero Simpson. Pide 50 mangos y yo estoy lejos de emprender un regateo. Hecho. Nunca será usado. Tras unos amagues de continuidad lluviosa, sale el sol y quema más que nunca. Tal vez debí haber comprado una sombrilla, pero ni en los sueños hubiese sido más cómoda que el pilotín anti lluvia.
Una vez más en el predio. Entro como todos los días por la puerta de prensa-una madera que se empuja justo a la izquierda del escenario principal-tras patear bordeando el perímetro durante unos mil metros. Entro y no me quedo ahí, me voy nuevamente para el fondo, como eyectado por el sol, buscando una carpa o cualquier visera que pueda ser utilizada como refugio. Y enseguida nomás se presenta la oportunidad de hacer un mini balance de lo que hubo y de lo que puede llegar a venir. Charlo con Maxi Martina, que está presenciando la proyección de su Vinílico en la carpa del escenario alternativo. Engancho la parte donde entrevista a Páez y Lebón. Se lo nota satisfecho, emocionado, y confiesa que en el festival le gustaría ver una banda como los Ratones Paranoicos. Tiene sentido.
Sigo viaje. Queda mucho por delante hasta la hora en que necesito volver al escenario principal. Y lo más sustancioso para pasar la tarde sucede en el hangar, donde hoy se le da lugar a todas las bandas heavy emergentes que andan dando vueltas por el país. Y me entretengo con Insobrio, un híbrido entre thrash y rockanroll ochentoso estilo LA. Más tarde aparece una banda de Rosario tipo familiar-dos generaciones bien distintas la integran-llamada Proyecto X. Heavy clasicón onda Rata Blanca. Se dan el gran gusto de tocar en el festival más importante de la Argentina. Se van felices. Coral es de lo mejorcito, sin dudas. Thrash and roll le llaman a lo que hacen. Y terminan su set tocando una versión en castellano de Overkill, en homenaje al Dios Lemmy y a su Motörhead que ya no tiene razón de existir.
Se acerca la noche, lentamente, pero se viene. Y las noches sí que son largas en Cosquín Rock si se tiene en cuenta que la última banda sale a tocar a las 1.10 de la madrugada y el público termina en pie como puede. Suena flojo lo que suena, especialmente las guitarras de Fico y el Tordo. El bajo está muy arriba, la batería también, pero son los Massacre, y la promesa de pasar un buen rato siempre se cumple. «Gracias a las autoridades del Cosquín Rock por habernos invitado a tocar a pesar de que Tengo Captura», dice Walas en una pausa, dando pie al tema que fue corte de Ringo. Pasan los nuevos traídos desde Biblia Ovni, como Mi amiga Soledad y Niña Dios. Pasa también Sofia, la súper vedette y cierran con Crua Chan, de Sumo, nunca más oportuno. El sonido ya es perfecto. Es Córdoba, son las Sierras. Todo tiene sentido. Se van.
Pasan un par de horas y caen al escenario los Babasónicos. Un ratito antes, tres bellas promotoras repartían calcos por el lanzamiento de Vampi, su nuevo single, anunciado para el 26 de febrero. Pero hoy la consigna del grupo va acorde con el contexto de festival y con el tiempo del que disponen. Es ir al hueso con clásicos que recorran sus 25 años de carrera, una carrera que desbordó de creatividad hasta el año 2000 y luego comenzó a mutar en el fenómeno comercial que hoy conocemos. Es correspondido por nuevos oídos, desde ya, pero eso ya es otro tema.
Esta noche están en buena forma, y cumplen con la anunciado por Adrián. D-generación, Viva Satana, Malon, Sheeba baby y Egocripta pagan la cuota nada despreciable de los oldies. Lo sazonan con Microdancing, Putita y La lanza. Cierran con Yegua. No hay postre. No hay bises. Es un festival. Se van.
¿Se extraña a Gabo? Sí, y mucho, tanto que Los Brujos, primos cercanos de los Baba, sacaron un disco nuevo (Pong!) con grabaciones hechas por el recordado Manelli. Babasónicos parece otra banda por estos días, pero hay señales que todavía conectan con el pasado glorioso de Trance Zomba, Dopádromo o Miami. Siguen ahí la sobriedad en la guitarra de Mariano Roger, el indestructible carisma de Adrián Dárgelos y los movimientos hiperquineticos de Diego Rodríguez, el más musical de todos, algo así como un Brian Jones de zona sur. Sobre gustos no hay nada escrito, se suele decir para aplacar críticas. Pero lo concreto es que para los Babasónicos el futuro llegó hace rato, tal vez por eso es que hoy carecen de factor sorpresa.
No hay nada que hacerle…en la ya noche cordobesa se siente una mezcla de pasado y presente que deriva en una inevitable nostalgia. Tiene sentido. No hay mejor lugar que las sierras para meditar y permitirse añorar un poco todo aquello que ya no volverá. Y luego, con el piloto sin haber salido de su paquete, emprender la retirada. Hasta nuevo aviso.
Alejandro Panfil
Fotos: gentileza Ph Cande Sarria Photo, Sepia Foto Agencia, Manu Zarazaga Photo, Diego Combina Fotógrafo
Estaría genial si alguien comparte el show de Babasónicos en el Cosquín 2016.