Hace un poco más de una década, cuando en la ciudad todavía se podía organizar un festival de rock con cierta facilidad, Parque Avellaneda era cita obligada para muchos de nosotros. Solían hacerse pequeñas maratones gratuitas que duraban toda la jornada, en las que se presentaban las bandas emergentes de la movida under: algo de hardcore, un poco de punk y mucho nü metal. Así que allá fuimos, como tantas otras veces, a festejar a nuestra manera la primavera del 2003.
Ya para las 20.00 (o quizá más tarde) había decidido irme cuando un amigo me dijo: no, quedate que ahora viene Cabezones. Yo no tenía idea de quiénes eran y dudé, hasta que mi amigo agregó: “los produce Martín Carrizo y los banca Zeta Bosio”. Ok, veamos de qué se trata… Al rato salía al escenario un rubio César Andino a cantar poesías envueltas en el poderoso metal que salía de los instrumentos de Pichu Serniotti, Ale Collados y Gustavo Martínez. ¿Que si valió la pena haberme quedado? El lunes siguiente me fui a comprar su disco.
Como dije, pasó más de una década de ese recital, y exactamente 15 años (y unos meses) desde que Alas vio la luz. Pasaron muchas otras cosas también, de las que es mejor no hablar cuando lo que se pretende aquí es festejar la existencia de un álbum que fue y sigue siendo uno de los íconos del sonido de los 2000 acá en Argentina. Por eso creí que valía la pena ir el viernes 26 a la cita en Asbury Music Club (que, dicho sea de paso, tiene un sonido al que muchos otros locales deberían preocuparse por imitar).
No fuimos muchos, pero sí los suficientes para que el lugar estuviera lleno y el calor de febrero nos ahogara. Tarde, de hecho ya en la madrugada del 27, otra formación, pero con el perseverante Andino al mando, arrancó el homenaje con Ella se olvidó de mí y Hombre paranoico. “Quiero sentir que no me vuelvo a equivocar jamás/ quiero sentir que alguien me dice la verdad”, a los que siguieron casi todos los temas que componen Alas: Despegar, Sueles dejarme solo (acaso el mejor cover que se ha hecho de la discografía de Soda y que es especialmente simbólico para Cabezones), Ojos en mi espalda, A tus pies, Vacío, Frío, Fértil, El vientre, Mi camino es ningún lugar. Quedó tiempo para un par de temas de otros discos que también formaron parte de ese camino que hasta 2006 no iba más que en ascenso: Frágil, Mi pequeña infinidad y Globo. De tanto en tanto, frases a medio decir y palabras de agradecimiento completaron los espacios de ausencia. “Me voy con el corazón estallado de felicidad”, dijo César antes de que comenzaran a sonar los acordes de Pasajero en extinción. Y así se fue del escenario, regalándosela al público, que la cantó de principio a fin: “… y la imagen sola…”.
Volví a casa con un sentimiento agridulce (si es que los sentimientos tienen sabores). El recital estuvo muy bueno, con las dosis de sonido y emotividad justas para lo que la fecha representaba. Pero el público y el lugar… Es decir, más allá de los avatares que la banda atravesó y de un pasado que ya no puede cambiarse, Alas fue un discazo y quizá merecía haber celebrado sus 15 de otra manera, a lo grande. Quizá no… quizá tenía en sí mismo el germen de su destino, y nunca lo interpreté así hasta hoy:
“Nadie, como siempre, vino a recibirme. Llegué a ningún lado otra miserable vez…”
Yoapocap
Fotos: Sergio Castro Peña
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