The Flying Eyes y el eterno retorno de los sonidos que amamos [review]

Cuando Phil se da cuenta de que, por oscuros motivos vagamente relacionados con las marmotas, su vida ha entrado en una especie de modo loop y le toca vivir el mismo día una y otra vez en el pequeño pueblito de Punxsutawney, Pennsylvania, al principio le agarra un entusiasmo bastante entendible. Al fin tiene la sartén por el mango. Como sabe lo que va a pasar, puede transitar ese día preparado. Y todos saben que hombre prevenido vale por dos.

A veces tengo la sensación de que estamos en un loop similar, al menos con respecto a ese rock un poco pesado y un poco psicodélico que sigue, al menos por ahora, dando justo en el clavo. Pero claro, que siga funcionando no significa que no se trate de un loop. Con los Flying Eyes pasa justamente eso. Ofrecen una porción generosa de ese guiso primigenio del rock con un poco de Sabbath, un poco de Jefferson Airplane, algo de Hendrix, y así. Te gusta porque tiene el sabor de lo familiar, y uno termina entrando en un estado de deja vú constante. Pero mejor empecemos nuestro Día de la Marmota Rockera desde el principio.

Knei, banda que inicia la saga, saca de la tradición rockera nacional su lado progresivo y melódico y arma con sabiduría un set que derrama imaginación en los arreglos y en las melodías. Justo cuando hay mucha gente que piensa que al stoner lo inventó Kyuss, estos pibes señalan con rebeldía que acá existió Manal, Crucis, Pescado Rabioso y tantos otros. Lo que vuelve a esta banda sumamente interesante es que, como surge inmediatamente al escucharlos, la deuda con el rock de los setentas es grande -basta con escuchar la voz de pecho del cantante, con un timbre y algunas inflexiones que recuerdan a Moris, o el guiño breve a Sabbath que hacen al pasar- pero no se paga a costa de la inventiva. De modo que a veces esas influencias están bien a la vista, y otras no tanto, con lo cual parece insinuarse una identidad en vías -quizá- de consolidación, y con ello acaso un principio de ruptura con el loop nostálgico.

Con La Patrulla Espacial, avanzamos, pero hacia atrás. O sea que saltamos de los setentas hacia los ochentas. Y desde los edificios progresivos spinetteanos a la fiesta cervezal y a Riff. El show es muy energético y directo. La banda suena como tiene que sonar para hacer que el estilo funcione: las violas bien al frente, la batería centrada y muy regular. Gran despliegue del bajista/cantante. Con motivo del cumpleaños del Carpo, tocan Que Sea Rock, y parece Riff, lo cual es mucho decir. O sea, es como Riff pero están un poco más limpios, parecen haber dormido más y la única vez que Pappo tuvo su nivel de alcohol en sangre fue cuando tomó la primera comunión. Sería como Riff para veganos. A Pappo le gusta esto.

Por último llegamos al principio -de esta crónica, esto de los viajes en el tiempo me está empezando a molestar-. Flying Eyes es la banda a la que podrías ir a ver con tu tío que huele siempre a pachuli y usa saquitos de lana y ojotas. El Guiso Madre del rock setentoso sin la parte mala de los setentas -o sea, prácticamente todo por estas tierras-. La banda visita todos los tópicos sonoros que definen el género -y no es casual, considerando que se pasaron toda su adolescencia fumando hierba y escuchando discos de fines de los sesenta, según consignan en una entrevista en este mismo medio-. Son una enciclopedia no interactiva de rock clásico, un seminario de Ohhh Yeah Fuck Shit Rock and Roll. Aventureros, believers y exploradores de lo desconocido, abstenerse.

Al final del día, uno se queda pensando en el rol de la novedad en la cultura rock. O en el valor de la novedad en general, por qué no. El rock como expresión cultural tuvo siempre una vanguardia muy activa. La psicodelia de los sesentas rompió con la rigidez de los cincuentas, los setentas fueron el lado oscuro de la luminosidad hippie, y así. Estoy simplificando pero creo que la idea se entiende. Si la novedad es la esencia del rock, quizá sea cierto que el género está dando muestras de un cierto agotamiento. O quizá la búsqueda de la novedad es sólo un síntoma más de la ansiedad posmoderna, y estaríamos mejor si aprendiésemos a aceptar el eterno retorno de los sonidos que amamos y listo, como si nos acomodásemos a un Día de la Marmota que vuelve una y otra vez. El problema aparece si, como le pasa a Phil en la película, en un momento nos empezamos a cansar. Ahí la cosa se pone más complicada. Mientras tanto, si nos pasa que el Conejo Bugs nos pregunta “¿qué hay de nuevo, viejo?”, podemos todavía responder: “es sólo rock and roll, pero me gusta”.

Luis Barone

Fotos Sergio Castro Peña

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