Una pared de sonido en la noche del Salón Pueyrredón. Una comunión humana de actitud y toneladas de personalidad para llevar adelante una propuesta tan minimalista como envolvente e hipnótica. Una idea bien llevada a cabo.
El lugar es el ideal, porque allí es donde se ven a las bandas en su mejor momento, ese momento en el que disparan sus primeras intenciones y las terminan de moldear en una comunicación cuasi telepática con su público, ese público inicial que los decodifica al instante y parece decirles solo con señas cuál es el camino a seguir para que el combo pise el acelerador y se convierta en algo contundente e indestructible.
Surfing Maradonas acaba de ofrecer en la web seis nuevas canciones que componen su Terrorismo Illuminati, disco virtual pero tan real en el que han decidido afinar una motosierra y un martillo gigantes para convertirlos en música.
Como banda van para adelante, su estética es la no estética. La elaboración a la vista y la honestidad que les son propias quedan reflejadas en ese momento en que Esteban Maradonas hace una pausa, levanta la lista de temas, revisa cuál viene y a qué invitado debe hacer subir al escenario. No pierden ritmo por estas licencias. Es más, uno se puede ir preparando para el siguiente ataque de distorsión y para ese bombo que seguirá pegando directamente al corazón.
Auto Rojo, De Cacería Belga, Perro Diablo e Incidente en el Uritorco son algunas de las muestras del incendio que pueden causar sobre las tablas. Perfeccionistas del noise y socios en una ruta sin certezas, los Surfing Maradonas avanzan por un surco alternativo y propio. Entretienen, hipnotizan y hacen su camino a fuerza de no temerle a las consecuencias de sus elecciones, como la de evitar la formación clásica del rock de guitarra, bajo y batería. El dúo más dinámico del rock argentino llena el escenario y los oídos como si fueran seis o siete personas. No importa el número, porque sobra actitud.
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