The Mighty Mighty Bosstones: sombreros, tirantes y mocasines en Groove [review]

El ska tiene mucho de poder movilizador. Por una parte te incita a zarandear el esqueleto. A menearte de alguna inexplorada manera, con ritmo o con torpeza, con destreza o dificultad. Da igual. Pero el ska también moviliza mentalmente. Nace en Kingston, por allá a principios de la década de 1950, y surgió gracias a la transición y migración que sobrellevaron muchos jóvenes jamaiquinos y antillanos a importantes aglomeraciones urbanas, ubicadas sobre todo en Inglaterra. Estas idas y vueltas de varias generaciones (y sus respectivas experiencias de extranjería en el país que años antes les representaba el poder colonial) fueron las culpables de crear una resistencia sonora anti prejuicios raciales que arrastraba consigo flotas enteras de igualdad y tolerancia en un contexto abiertamente racista y excluyente. De esta manera, empezó a forjarse la ingeniosísima mezcla de música tradicional afroamericana (jazz, soul, rhythm & blues) con música de raigambre más localizado y vernáculo tipo reggae y rocksteady. Toda esta amalgama de circunstancias, entre otras muchas de diferentes órdenes, dieron a luz al hoy popular y pegajoso chucking, ese raspado retozón realizado por el sincopado de la guitarra que, acompañado de percusión, bajo y diferentes vientos, entretejen la alegre magia del ska.

Un par de décadas después empezaron a llevarse a cabo un sinfín de misceláneas, dentro de las cuales se destacó, con una muy buena recepción, la hibridación con un género que en teoría no tenía nada ver con ni con la génesis ni con la ejecución interpretativa del ska: el punk. Las guitarras estridentes y atropelladoras empezaron a combinarse con la serenidad del ritmo jamaiquino y la causa negra empezó a acreditarse entre la juventud de clase media-obrera británica adquiriendo tintes ideológicos que no tardaron en llegar a Norte América bajo el nombre de una prominente banda, muy conocida desde entonces: The Clash. Una vez allí y, como era de esperarse, el sonido empezó a masificarse y las bandas ska o ska-punk proliferaron de la mano de un reinventado movimiento Rude boy. De esta gran fuente -someramente descrita- han bebido bandas icónicas del ska-punk estadounidense como Sublime, Operation Ivy, The Toasters, Voodoo Glow Skulls y The Mighty Mighty Bosstones.

Después de 33 años de fundación The Mighty Mighty Bosstones llegó por primera vez a Argentina. La cita fue en Groove con un cartel que, con bandas de gran trayectoria como Sombrero Club y los monumentales de Asesinos Cereales, dejaba más que claro que, aunque chica con respecto a otras, la escena ska en el país sí existe, y de qué manera, lejos de nombres tan martillados como Los Fabulosos Cadillacs, Los Calzones Rotos o La Mosca Tse Tse. Pues bien, muy cerca a las 22 empezó a tocar la big band  proveniente de la ciudad estudiantil de Boston. Eran nueve los músicos, con bailarín incluido. Todos muy bien vestidos, como es habitual: saco rojo, camisa blanca, corbata y pantalón negros. Eran los Bosstones. Unos pesos pesados del género, de la fiesta y el baile.

Groove tuvo una interesante afluencia. Con ganas se colmaron las tres cuartas partes del lugar y, algo novedoso para el sitio, el sonido y la amplificación funcionaron relativamente bien en relación a otros recitales absolutamente desastrosos desde el punto de vista acústico y auditivo.

Al vocalista Dicky Barrett no le pasan los años. Su garganta permanece intacta y suena igual después de tanto tiempo. El bailarín –y manager de la banda- Ben Carr, no paró de moverse ni de incitar al público al zapateo. Joe Gittleman en el bajo y Lawrence Katz en la guitarra, hicieron lo suyo sacudiéndose por todos lados como los fantasmitas que huyen despavoridos cuando Packman se pone amenazante. La atmósfera playera y chispeante de los teclados fue un regalo de John Goetchius. En la batería Joe Sirois, que más que un hombre parecía un pulpo, hacía sonar hasta el aire con el golpe de sus baquetas. En los vientos un tremendísimo trombón, ojo, tremendísimo es poco para lo consumado por Chris Rhodes, y dos saxos (tenor y barítono) en los vivarachos pulmones de Johnny Vegas y Kevin Lenear.

Casi dos horas de show sirvieron para hacer un repaso vivo y muy celebrado de los mejores temas de la agrupación. Entre otros muchos, hicieron temas como Pay Attention, So Sad to Say , She Just Happened, Graffiti Worth Reading, Nah Nah Nah Nah Nah, Royal Oil o 1-2-8. También hubo covers ovacionadísimos como Rudie Can’t Fail de The Clash y Simmer Down de The Wailers y, por supuesto, la extraordinaria That Impression That I Get.

La gente correspondió el show con encomios y cánticos desbordados. El regocijo fue total. Desde los más chicos hasta los más grandes, los sombreros, los tirantes, los paños escoceses y los mocasines tuvieron su noche, para brillar, para bailar y gritar, tal vez como no sucedía desde hace mucho tiempo. Así quedó demostrado que Argentina también es ska o si no, que lo digan los Bosstones, que de seguro se llevaron no sólo la mejor impresión, sino también la mejor experiencia.

CJay Jaramillo

Fotos: Dahian Cifuentes

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