Elefante Guerrero Psíquico Ancestral: «El camino del guerrero» (2015)

elefanteEl camino del guerrero, el álbum debut de Elefante Guerrero Psíquico Ancestral (EGPA), es una apuesta ambiciosa e ilimitada, una jugada de dos márgenes en la que perfectamente pudieron haberse quedado viendo un chispero y con las manos vacías pero, para ser honesto y no por simple suerte, la partida salió bien y la banda logró quedarse con el premio mayor.

Los EGPA son tres. Son cuatro. Son cinco. Son uno. Son serenos, muy sonrientes y por momentos volados. Para estar con ellos hay que entrar en estricta órbita. No hay otra. Son tres porque ese es el número de músicos que compone la agrupación, son cuatro porque hay uno invisible que es el amo del color y la ilustración, son cinco porque está el paquidermo que engloba todas sus energías y son uno porque pertenecen al mismo universo, a la misma fábula. EGPA viene de épocas inmemorables, pasadísimas o tal vez futuras y lejanas, pero el arrebato y la cavilación de su música resultan absolutamente contemporáneos.

Uno conversa con ellos y asombran por su serenidad. Sonríen a rajatabla. Por momentos se cuelgan en el aire auspiciados por sí mismos, por sus planes, por la forma en que ven y se sitúan en el mundo. Entre vino y vino y seca y seca, los EGPA empiezan a deliberar con implacable seriedad a propósito del sentido de su música que no sólo agrupa sonido, sino que se desliza con pericia sobre las plataformas de las artes pictóricas y literarias. El camino del guerrero es un disco total. Como pocos. Porque es para escuchar, para ver, para leer, para sentir. También sirve para viajar y para quedarse quieto en el mismo espacio pero en dos tiempos diversos.

Se dan el lujo de hacer una introducción: EGPA es un punto de encuentro y creación… una manera de decir las cosas que incluye todas las maneras… ¿A esto que más se puede añadir? Estas tan sólo son dos líneas de las dieciséis que componen el epígrafe de entrada al universo. Pero como todo universo tiene vías lácteas, también pusieron un cartel de bienvenida para ese segmento cosmológico llamado El camino del guerrero: Cada entidad convive con una búsqueda interna de preguntas sin contestar. Cada batalla librada, cada temor vencido, nos revela una porción de verdad y realidad… Con esto, no hay posibilidad de evadir el desconcierto. Pero bueno, hay que poner a rodar el disco a ver qué es lo “verdadero” que se esconde detrás de tanto barroquismo.

El primer tema es Heisenberg (3:29) Empieza una disputa, como ellos mismos ponen ahí (parafraseando a J. P. Feinmann): «Hay que luchar contra la brutalidad de los poderosos…». Es un tema potente y virtuoso, con cambios de tempo raudos y bien ejecutados. La instrumentación es afanosa e intensamente gaseosa. La ilustración nos muestra un ser indefinido que abandona la que puede ser su colina, rodeada de pilones ¿de piedra? con inscripciones rúnicas.
Enseguida se viene Entre dos mundos –la última batalla de la serpiente y el escorpión- (5:46). Dice: Una tregua de diez mil años. Dos especies. Una última batalla donde se decidirá quién es digno de la energía ancestral… Aquí aparece el misterio. Una pregunta constante. Los riffs y punteos generan sospecha y en algún momento se mutan en tranquila psicodelia. Es imposible no pensar en bandas como Poseidótica o Humo del Cairo. El bajo es atinadamente desértico y la batería recrea la fogosidad de la batalla referida, tanto por el nombre como por la ilustración.

Aparece Methamorfosis (6:05). Su inscripción es larga y trivial, pero si algo vale la pena remarcar –porque el intento de relato no tiene nada que ver con nada- es el final: Nadie sabía que él era nadie. Nadie sabía que él era todos. Hay una mutación. Salimos del universo y nos plantamos sobre la tierra. Más específicamente sobre una ciudad cualquiera. Es una canción solitaria y anónima. El tema abre con un sosiego muy propio del jazz tipo Miles Davis. El ritmo es andarín. De repente estallan las válvulas. Lo que brota de la supuesta calma es la habilidad de la viola, esta vez con una emulación muy enfocada al gran Hendrix. El clima que genera es atípico y hondamente introspectivo. Denota un camino. Presteza mental. La ilustración muestra un proceso evolutivo paquidérmico: primero un mamut, después el mamut creció un poco y le salió armadura, inmediatamente vemos el mismo mamut pero con obeliscos pendiendo de su cuerpo y la secuencia termina con lo que podría considerarse un elefante –ya no un mamut- que es retirado de algún pantano por extraños tentáculos.

Lo siguiente es colosal como la ilustración que acompaña, que no es más que la figura del protagonista del universo EGPA: Emperador Elefante (5:19). El inicio es stoner del más potente. No hay escapatoria a la progresión: «Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo…» El mensaje es contundente. Parece que en la lucha acaecida más atrás no hubo un ganador. El emperador elefante es la entidad tutelar del cosmos. La esencia. A mitad de canción hay un viraje sonoro interesante que puede pasar por improvisación. El ingenio radica en que la orquestación justamente no deja nada al aire y se da el lujo de crear una idea cuya abstracción sabe migrar del stoner potente y limpio del principio a una suerte de laxitud a lo Zeppelin. «Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti…», escriben.

Crisálida (5:51) es una canción que desciende al fondo del mar. Es suave y melancólica. La lentitud que construye es imperturbable y tiene mucho color. «Ahora solo hay quietud, ya no hay pensamientos, ya no hay ruido interno, solo existe mi consciencia y calma…» Arroja el texto por ahí. En el fondo del mar también hay sol, también hay nubes y posibilidades de renacer. Eso muestra la ilustración. La batería mantiene una finura desmedida que hace que las notas de guitarra y bajo, cabalmente armonizadas, naveguen entre lo que parece ser un trance. «Ahora soy paz interior…» puntualiza la leyenda.

Kraken (5:44) es, en definitiva, el tema mejor logrado del disco y, por eso, el más complejo. Es una miscelánea de influencias con lúcidos toques de originalidad. La distorsión es la estrella y todo gira, nebulosamente, alrededor de ella. El bajo juega con arpegios muy íntegros y precisos, ajustando el sonido experimental hasta más no poder. En la ilustración descubrimos que los tentáculos de Methamorfosis son los de un pulpo. «Creación y destrucción de vida. Madre de los océanos…», rematan los EGPA.

Hipnosis (5:53) sigue manipulando la atmósfera anímica. Es un tema equilibrado que juega sobre la misma base rítmica. Acá los EGPA disparan un misil al espacio interior que todos llevamos dentro. Ese lugar colmado de hoyos negros y espirales de vacío: El alma y lo corpóreo en un letargo de barro, que enaltece y gravita los pasos… La búsqueda es convertir la hipnosis en sueño… apunta la ficción. Un particular guerrero con cuernos de reno moldea sus poderes mientras espía un devenir galáctico.

Caleidoscopio (5:57). Es el más fiestero de los temas. El que no mueva la cabeza escuchándolo es porque no entendió nada. La leyenda complementa perfectamente la orientación del tema: «Girar sobre un mismo eje. Cambiar la vista. Recomponer. Sobre las propias piezas recomponer el horizonte…». Psicodelia pura. La realización instrumental es soberbia y cristalina. El talento de los EGPA es palmario, no hay evasiva. Caleidoscopio parece ser la comunicación entre los mundos de afuera y los de dentro, entre el fondo del mar y la superficie de la tierra, entre el individuo y los astros. Acá no hay ídolos ni engrandecimientos mitológicos. La música lo es todo. Los golpes de batería son terminantes, lapidarios. El bajo es un virus soberanamente contagioso y la viola es un prestigio o, quizá, una genuina forma de prestidigitación.

El bonus track es un cover de Led Zeppelin. Since I´ve been loving you (6:50) cantada por Pau Schneider. Con este cover, intachablemente interpretado, los chicos de EGPA cierran el disco, como queriendo dejar sentado uno de sus principales ascendentes, además de dar el último batacazo de virtuosismo. Saben que son una banda joven y que tienen algo más que lo que el rock exige. Su apuesta seguirá multiplicándose sin pena alguna y su nombre también. EGPA invita a seguir el camino del guerrero que, en otras palabras y según ellos, no es otra cosa que seguir el camino de uno mismo.

CJay Jaramillo

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