Desde el título de su obra, Nadie quiere ser nadie, Mariela Asensio ya me produce angustia existencial y me preparo para una sesión de terapia, digo, de teatro, en la que de manera poco ortodoxa van a exponerme frente a decenas de desconocidos. Es que es verdad que es casi imposible aceptar que somos seres insignificantes cuya vida transcurre sin sentido y cuyo impacto sobre la realidad es tan efímero como la realidad misma: todos vamos a morir. Ok, no me lo repitas más porque ya entendí y prefiero olvidar, jugar a que no me doy cuenta. Lo que Nadie quiere ser nadie pone en escena es el juego o la ficción que todos ponemos en escena todos los días sobre las tablas de la vereda para darnos razones para levantarnos y vivir con un sentido, un propósito. El problema es que, como toda ficción, nuestra historia de vida es desbordada y se deja llevar por los impulsos que pretenden revolucionar lo verosímil para rascar lo extraordinario. Inventamos intereses, pasiones y vocaciones, criterios para medir el valor de las cosas en números abstractos impresos en papeles de colores, cualidades intangibles y bien versátiles como la ‘clase’ o la ‘elegancia’, en fin, recursos para no ser igual a todos, para no ser nadie y ser alguien, yo, Mariela o Beatriz, que no es lo mismo (por suerte para Mariela).
El subtítulo de la obra va entre paréntesis, a modo de nota aclaratoria de que es más socio que filo: (historias de la clase media). Y Nadie quiere ser nadie pasa a encarnarse en la clase que mejor lo hace, esa que es una ‘noche en que todos los gatos son pardos’, la ‘bolsa de gatos’ o el catálogo en el que todos nos sentimos representados. Me parece impensable la posibilidad de que alguien vea esta obra y no se sienta identificado con uno o varios de sus personajes. Podríamos pensar que hay tres clases sociales representadas: una mucama y un agente de seguridad de un barrio cerrado como clase baja; la familia que vive en ese barrio y el estudiante venezolano serían clase alta; la psicóloga y la joven mujer aspirante a actriz sería la clase media. Pero estas son todas historias de clase media, porque en el fondo todos son clase media porque ‘clase media’ quiere decir mucho y no quiere decir nada. De algún modo todos se reconocen como clase media pero no necesariamente reconocen a los otros como pares, de ahí su dispersión de clase. Lo que los une es seguro una relación entre el tener y el ser que a la autora la deja evidentemente perpleja. Y Asensio se ríe de los intentos de definición de este conjunto heterogéneo de personas profundamente equivocadas, a saber, sus personajes y todos nosotros.
Desde su volante de promoción Nadie quiere ser nadie te sale al cruce: «¿Alguna vez te preguntaste en que se parece lo que soñaste para tu vida con lo que tu vida en realidad es? ¿Alguna vez te encontraste cara a cara con tu frustración?» O sea que no podés decir que no te avisaron. En esta obra te ponen frente a tus frustraciones. Pienso que también se trata de lo que se esperaba que fueras y el contraste con lo que sos, por tanto, te ponen frente a la frustración de otros y te echan sal en las heridas de la culpa y la pertenencia.
Mariela Asensio comenta que el teatro –entre otras cosas- es un recurso para descontextualizar aquello que está naturalizado y así logra mostrar como por vez primera lo que en realidad vemos todos los días, en el espejo o por la ventana. Con una escenografía básica centrada en un sillón de tres cuerpos que funciona de ‘pantalla blanca de matrix’, las historias de clase media van cobrando vida de manera fragmentaria armando el rompecabezas que las une en una estructura coherente, en esta obra de teatro que no será La gaviota de Chejov (guiño a Vivan las feas) pero representa tanto al teatro contemporáneo de Buenos Aires como a su público.
Me encanta salir del teatro con la cabeza estallada, un poco deprimida por el cinismo pero divertida por los recursos inagotables de la creatividad para expresar ese cinismo; un poco reflexiva como para estricta sesión de terapia con agente matriculado o con amigos, pero un poco socióloga crítica que en cualquier momento esgrime el plan que nos salva a todos del sinsentido y la mediocridad. Entre las muchas cosas geniales que tiene esta obra está la capacidad para ser puntual y, al mismo tiempo, ser muy general: te habla a vos y a la vez le habla a todos y de esta forma, con un poco de viento a favor, levanta la vara de la tolerancia para con las pavadas.
Nadie quiere ser nadie está los sábados a las 22:30 en el Teatro El Extranjero que es uno de mis teatros preferidos por su ambiente, sus salas, su selección de obras, su barcito y su ubicación (Valentín Gómez 3378, a dos cuadras casi del Abasto)
Fotos tomadas de la galería de Facebook de la obra.
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