Kusturica en el Luna Park: cine, fama, fiesta y la añoranza de una buena cerveza [review]

Pasadas las nueve de la noche se escuchan los primeros acordes de Tarantella y el gigante director de cine aparece sobre el escenario. Los más entusiastas, siempre ubicados al frente, bailan, saltan, mientras los de las plateas acompañan moviendo sus pies.

En el campo sobra espacio. Sobre todo a los costados y al fondo. La banda propone fiesta, pero el Luna Park no parece ser el lugar más apropiado para ella. Es difícil, y sobre todo para un grupo balcánico, lograr conectar con un público sentado o alejado del escenario. Es inevitable imaginarse el mismo show pero en un bar, o en algún lugar más íntimo. Es una especie de celebración etílica pero sin alcohol y en un estadio con fríos asientos numerados. La ecuación no cierra.

“Hola Buenos Aires, venimos con nuevas canciones y nueva película”, dice Emir. Se refiere a On the milky way, la última producción del director después de nueve años desde el estreno del ya conocido documental Maradona. Entre las nuevas canciones está Cerveza, primera escrita completamente en castellano.

El momento de Cerveza es uno de los más explosivos del show. Dejan Sparavalo abandona su violín por un momento y se pone frente al micrófono para gritar la letra en español. “La cervecita es mi único Dios, me separa de mi mente, ojalá esta noche dure para siempre, perdóname padre pero yo quiero a la cerveza como a la leche de mi madre”. Se pueden ver las sonrisas cómplices en el público que por primera vez entiende de qué están hablando estos locos sobre el escenario. Es sin dudas el momento ideal para pasar unos tragos de cerveza helada por la garganta, pero lamentablemente la venta de bebidas alcohólicas en el Luna está prohibida.

Otro momento destacado es cuando interpretan el clásico Fuck You Mtv. Claro que antes de comenzar, Kusturica explica cuáles son las reglas del juego, para que nadie se quede afuera. Así cuando el coro pregunta «¿do you agree?» La gente enloquecida grita «fuck you Mtv».

El show que ofrece Kusturica and the no smoking orchestra es bizarro y decadente. En algo más parecido a una kermés o a una fiesta de casamiento que a un recital, el autoproclamado serbio director de cine saca provecho de su fama e interactúa constantemente con el público, sobre todo el femenino. A falta de música y virtuosismo, los integrantes de la orquesta hacen uso de un sinfín de trucos y estrategias circenses para mantener el interés del público que, por cierto, se muestra algo reacio a formar parte de la fiesta balcánica. Desde un arco de violín gigante sostenido en el aire por dos chicas elegidas al azar, una guitarra luminosa interpreta un tema en honor a Tito Puente, hasta llevar a cabo un casting de belleza en vivo sobre el escenario. Pero sin dudas lo que más le funciona a la banda es explotar la fama de Kusturica y su prestigiosa carrera cinematográfica. El director presenta cada canción en español e inmediatamente indica a la banda sonora de qué película pertenece. Así la gente estalla cuando escucha Bubamara de Black Cat, White Cat o Unza Unza Time de Underground. Sin embargo hay que reconocerle algo a esta banda de gitanos: son hombres incansables recorriendo el mundo con pocos atributos pero mucha energía.

Ya cerca de las once de la noche y con casi dos horas de recital, Emir Kusturica junto a toda su orquesta abandonan el escenario. Las luces se encienden y algunas personas comienzan a abandonar el campo del Luna Park. Comienzan a bajar algunos aplausos intermitentes desde la platea. Otros se miran sorprendidos, con ganas de más. Y es que hay algo más. Finalmente la banda reaparece, pero esta vez acompañados por una murga completa. Suenan algunos ritmos cuarteteros acompañados de violines y tambores. Zoki Milošević se acomoda el bandoneón sobre la rodilla y empieza a cantar La mano de Dios. La gente del campo corea: “ole ole ole Diego Diego”.

Y para aprovechar el cierre en español, terminan repitiendo Cerveza, algunos se animan a corear el estribillo mientras las luces comienzan a encenderse nuevamente. Kusturica presenta a todos los músicos y cuando llega su turno pregunta: “¿saben mi nombre? Deberían saberlo. ¿Deberían?”

Benjamín Serigos
Fotos: Sergio Castro Peña

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