Mi piel contacta pieles. Las roza con su sudor característico. La transpiración es una sola. Mil personas y la misma remera hecha agua. La misma viscosidad olorosa y escurridiza. Suena Anti-Flag.
No hay nada más erótico que derretirse en grupo, porque la liquidez es una coartada comandada por la pasión y sus equivalencias: ardor, fogosidad, exaltación. Cuando uno ama, cuando uno está enfurecido, excitado, está caliente, genera calor, incendios. De fondo Social Distortion.
Nunca vi el Teatro Flores tan lleno. Tan inflamado. No solo parecía una catarata instalada en las cabezas hirvientes, sino que también se asemejaba a una suerte de abadía convulsa, muy electrizante y, por supuesto, mucho más punk.
En el anticuado teatro una horda amorfa. Una bestia hinchada de diversos engendros pegados a las paredes, al suelo, al techo. Un monstruo craso y glutinoso, disipado, espera la descarga, el shock. Frente al escenario se advierte la simiente de una licuadora. Filosa, ella, como el hambre más voraz.
De repente, ahí, flotando sobre la ansiedad y como un espejismo en medio del desierto aparecen los responsables de la crápula, el ánimo de la bestia: Descendents. Los viejos chicos del linaje, la ralea, la estirpe californiana. Empieza la desmembración, la multiplicación, la potencia mil.
Son una bazuca. Un artefacto portátil que emite luxaciones despojadas de avenencia: Everything Sux, Hope, Rotting Out, Pervert, Shameless Halo, I Wanna Be a Bear, Silly Girl, My Dad Sucks, Victim of Me, Nothing With You, Clean Sheets y I Like Food. El sudor es lava. El teatro un volcán.
Los miembros fundadores Bill Stevenson (batería) y Milo Aukerman (voz) arremeten sin agüero. El primero, ex Black Flag y productor de bandas como NOFX, The Casualties, MxPx y Anti-Flag, es una tromba. El segundo, bioquímico de gran trayectoria académica en las universidades de California y Wisconsin, se proyecta líricamente como si aún fuera 1978. Sus pelos entrecanos mienten, tienen más energía que la mitad de la bestia que fomentan. Suburban Home, Coffee Mug, Bikeage, Coolidge, Sour Grapes, Weinerschnitzel, No! All!, Myage, Van y I Don’t Want to Grow Up. Una chica a mi lado se deshace en pogo interior. Si no estuviera ahí, su paradero debería ser un psiquiátrico. Está en trance. Es magia. Es punk.
Karl Álvarez parece no haber hecho nada más en su vida que tocar el bajo. La maestría es innegable. Lejos, desde el punto de vista musical es el más impresionante del cuarteto. Stephen Egerton hace retozar su guitarra. La distorsión que pastorea sale de él sin parafernalia alguna. Escupen I’m the One, Talking, When I Get Old, Without Love, Thank You, Descendents. A estas alturas es mucho. Los viejos chicos abandonan el abismo eruptivo que abrieron.
Después de un pequeño descanso los Descendents vuelven a explotar con Feel This, Sour Grapes, On Paper y Catalina. Amagan la conclusión, se despiden, pero no, afortunadamente no, vuelven a saltar y puntualizan con la gran Smile. El aire del teatro huele a tempestad. Todo está revuelto. En el público 40°, en el teatro 35° y en la calle 30°. No hay tregua. Hemos recibido, nos hemos dado, uno tras otro, decenas de batacazos. Nada mental. Todo físico. Químico.
La bestia se apaga, pero no muere. Ya hizo estragos en Brasil, ahora va para Chile, Costa Rica y México. Es el Hyppercafium Spazzinate 2016 tour. La gira de los Descendents de un punk juicioso, casi nerd, que nunca se detuvo en fantochadas sino que se dedicó, escueta y contundentemente, a hacer música con música, sin conciliaciones ideológicas ni anexos de farándula, porque de lo que se trata, a fin de cuentas, es de pasarla seriamente bien. Y lo demás es pose.
Gio Jaramillo
Fotos: Dahian Cifuentes
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