The Dead Daisies: los veteranos de la autopista al infierno [review]

Debo decir que no estaba muy entusiasmado con los Dead Daisies. No tenía una gran inclinación a ir porque no hay nada más desmotivador que ir a un museo en un día frío. Y ciertamente hacía frío y así a la distancia la cosa pintaba para ese lado. Nunca fui muy aficionado a la nostalgia, la verdad. También pensé who fuckin cares. Tampoco soy un cazador de vanguardias, precisamente. De hecho, el otro día encontré un pendrive de hace cuatro o cinco años con algunos MP3s. La misma música que escucho ahora, más o menos. Y por momentos mejor. Pues bien, en esa ambivalencia me encontraba mientras circulaba por Avenida Córdoba hacia el Teatro Vorterix. Un tanto aprehensivo, digamos.

Dicho eso, uno podría suponer, tendría ahora que venir la parte en la que introduzco el giro en la narración y una velada destinada al fracaso se convierte por una serie de eventos inesperados en una experiencia única; sería el momento para el deus ex machina que tuerce los eventos en un sentido positivo. Por la mágica influencia de la música norteamericana de fines de los 80s y 90s, mi destino sombrío se transformaría en una inolvidable velada de rock and roll. O algo así.

Bueno. No exactamente. Debo decir que la noche tuvo sus momentos medio wtf y llegué a fantasear con la idea, durante algún que otro pasaje de la velada, de que el 151 en el que había ido hacia el lugar se había estrolado contra el San Martín al pasar por Juan B. Justo y estaba en realidad tirado en una cama de hospital, perdido en un delirio rockero químicamente inducido que tenía lugar en un mundo congelado en el que nunca existió Nirvana y Kurt Cobain trabaja en un Walmart y pasa sus fines de semana jugando con la Super Nintendo. Extraño, por cierto.

Ahora, hablando en serio. Quizá lo más notoriamente fechable -y no en el buen sentido- tuvo que ver con la propuesta Arpeghy, la banda inicial. La presentación lució un tanto ajada, sin brillo y carente de la frescura necesaria para que un estilo que ya de por sí resulta difícil de recuperar no suene oxidado. No suena mal, pero les falta algo de vivacidad.

Coverheads, la banda inmediatamente posterior, es otra cosa. No son originales, tampoco, pero me dio la impresión de que tenían presente el costado lúdico implícito en una vuelta al origen de rock. De algún modo se nota que no se lo están tomando demasiado en serio, y eso los libera para disfrutar ellos y hacer disfrutar al público -a propósito, notable club de fans mayormente compuesto por señoritas que cantaban discretamente los temas-. Algunos covers, otros amagues de covers y varios temas propios alcanzaron para poner a la audiencia en modo joda rockera. Ideal para la banda principal, los veteranos de la autopista al infierno: los Dead Daisies.   

Más allá de que se me hace difícil conectar con algunas propuestas más “vintage”, lo que hicieron los Dead Daisies me pareció impresionante. Es bastante evidente que no pretenden sorprender a nadie. Y ni lo intentan. Son los modelos originales haciendo lo que hicieron siempre -y hacen mejor-: rock directo que todas las bandas de la época post rock clásico-pre grunge que te gustan hicieron -y muchas dejaron de hacer por egos o por ser unos fisuras y por tantas otras causas, todas válidas por cierto y muy respetables-.

El asunto es increíble porque pasa al mismo tiempo que sabés hacia dónde va a ir el tema, dónde va a girar y dónde va el solo e igual te pone de buen humor. Joder si hasta medio que ya anticipaba casi todas las cosas que el cantante John Corabi iba a decir. Como si fueran las declaraciones de un jugador de fútbol medio jipi y buena onda que ya sabés que va a hablar del esfuerzo, del equipo, de la suerte de convertir, etc. Por lo menos nos dijo que éramos el mejor público que había conocido y eso sí me pareció verídico -seguro, seguro-.

La banda no falla. Cuando aceleran son arrolladores y dentro del estilo, tienen todos los recursos, los golpes de efecto y los yeites que amamos. En los covers -como Fortunate Son y Highway Star– la rompen y los temas propios tienen la misma vibración liberadora que nos acercó al rock nena rock. Los escucho mientras escribo esto y mi impresión es la misma que la que tuve en el lugar: una sensación muy familiar de efervescencia primordial rockera que todavía habita por los suburbios de la mente, lista para explotar en cualquier momento.

Luis Barone

Fotos: gentileza Mauro Mcbraian

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