Foo Fighters en Vélez: la fórmula que no expira [review]

Hay pocas bandas hoy en día que puedan enviarte a casa cansado como la mierda. Una noche espectacular en Vélez fue entregada por el carismático Dave Grohl y sus Foo Fighters. La banda tocó por más de dos horas en un set que incluyó algunas sorpresas, como covers de Queen y canciones inventadas al mejor estilo de Grohl cuando se come un payaso, como «Argentina I Love You».

En las pantallas grandes se vio a Dave y a Taylor Hawkins casi el 90% del tiempo. Sí, en el campo y después del pogo inicial con Run, la inmensa multitud se dispersó y todos se reubicaron unos pasos más atrás de donde estaban inicialmente. Pero la intensidad fue la misma gracias al sonido limpio y fuerte que inundó cada rincón del estadio. Desde allí, y desde cualquier lugar del campo, quedó claro que el centro de atención son Grohl y Hawkins: para confirmarlo, Dave presentó a Taylor como «el amor de su vida». Seguido de las risas, que fueron constantes durante todo el show, y a juzgar por la mirada en los rostros de la audiencia, se puede decir que la vieja escuela, la no tan vieja (o tal vez no tan nueva) y el público más joven estuvieron más que conformes con el set: después de Run, All My Life y Learn to Fly dieron paso a The Pretender y The Sky is a Neighborhood, un tema demasiado trillado en la radio que de todos modos sonó perfectamente.

En este punto, los Foo Fighters muestran un alto nivel de profesionalismo. Hay muchos arreglos nuevos y de coro que solo las buenas bandas del viejo rock n’ roll pueden imprimir. Siempre improvisando y haciendo un tema eterno para hacerte subir y bajar, como en una montaña rusa en un movimiento característico que Grohl capitaliza para extender el set, a veces en exceso, pero con una buena recepción y con risas irónicas cuando grita «¡Son los mejores hijos de puta! » -algo que dice en cada presentación- los Foo Fighters pueden ser tan suaves y tan enérgicos que la fórmula no expira.

Como fue la primera vez que los vi en vivo, fui un poco escéptico sobre mi propia impresión. Después de todo, volví por momentos al secundario con canciones como Generator, Break Out o Monkey Wrench, pero hablando con algunas personas allí y después del concierto, escuché y confirmé que este fue el mejor show de la banda hasta la fecha en suelo argentino. Estoy de acuerdo.

Y cómo no hacerlo cuando hubo sorpresas como Hawkins tocando la bata sobre una grúa, elevándose y convirtiéndose en el alma del escenario al cantar Sunday Rain, del Concrete and Gold, con una voz impecable en un hermoso tema. Por supuesto, también mostró sus habilidades con la batería, lo que no dejó lugar a dudas sobre su espacio en el corazón de Dave. Así, entonces, hubo una buena mezcla de canciones. Inmediatamente después de Sunday Rain, Grohl tomó su lugar de regreso y, con una tierna y lenta guitarra, comenzó a cantar My Hero. De a poco, el resto de la banda subió el tono hasta explotar con uno de sus himnos más conocidos del The Colour and the Shape.

¿Hubo un momento bizarro? Sí, y llegó con un cover de Under My Wheels, de Alice Cooper, cantada por Chris Shiflett. Innecesario. O tal vez necesario, en realidad, para dar respiro al comandante de la banda justo en el medio de la presentación. Como suelen hacerlo, tocaron pequeños y deconstruídos covers: Another One Bites the Dust, iniciado por Nate, presidió al suave mash up de Imagine, de Lennon, con la letra de Jump, de Van Halen. Y conociendo el eterno romance argentino con los Ramones, Blitzkrieg Bop hizo su aparición. Pero había una joya más: cambiaron los roles. Hawkins tomó el micrófono y cantó Under Pressure, de Queen, mientras Grohl tocó la batería. Un interludio divertido, meloso, clásico… solo para retomar la energía con Monkey Wrench, que hizo saltar a todos antes de ejecutar un largo y re-arreglado Times Like These, que de alguna manera se volvió majestuoso.

Los únicos dos temas del primer disco fueron suficientes. Primero Big Me. Y para el final, antes de Everlong, por supuesto, This Is A Call fue un regalo increíble para personas como yo, y algunos a mi alrededor, que saltaron, gritaron y entonaron con los puños altos acompañados por visuales con reminiscencias de los 90 que completaron una noche que la legión de la banda en Buenos Aires recordará… hasta la próxima vez, cuando Grohl y compañía vengan con otra placa bajo el brazo y el carisma que los caracteriza desde hace más de 20 años, y que replantea todo lo que hoy debe ser un show del rock de estadio.

Andrés Carrizosa

Foto: gentileza Foo Fighters

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