El Teatro Cervantes convocó con motivo del bicentenario a seis directores de teatro para que crearan una obra en base a una consigna que debían tomar con toda la libertad del teatro. A María Marull le dieron a Bartolomé Hidalgo, un personaje de la cultura popular del Río de la Plata (nació en Montevideo y murió en Morón) de origen humilde que deviene poeta y escribe en clave de pre-gauchesca un tipo de cantitos llamados Cielitos acerca de la Patria y la libertad. Pero a María este nombre no le sugirió nada gauchesco ni patriótico aunque… ahora que lo pienso, quizá Hildago si haya despertado en esta directora la posibilidad de contar un modo más moderno de hacer patria.
En un departamento caro, alto y “a estrenar” se encuentran dos personajes que parecen no tener nada en común. Una agente inmobiliaria, Susana de Torrecás, está esperando a unos clientes extranjeros que con bastante probabilidad van a comprar la propiedad que, para su sorpresa, está ocupada como un rancho por un adolescente, Víctor, y su padre que en este momento ha salido. Susana tiene uno de esos laburos típicos en que la palabra “empleado” despliega su semántica más cruel, la de ser usado, y resuena en la del esclavo. Cobra comisiones por cada venta o alquiler y sueña con escaparse con la plata del déspota de su jefe y ser libre, darse un gusto. Pero Víctor se presenta como un obstáculo. Él está tirado en un colchón en el piso sin hacer nada, con la autoestima malherida porque, además de ser adolescente, está en medio de una situación familiar compleja de mucha inestabilidad. Encima está por repetir el año otra vez y, para evitarlo, solo debe escribir un trabajo práctico sobre B. Hidalgo para el que no encuentra palabras.
Sin embargo, esta obra no es acerca de los dos personajes sino que la trama le pertenece a Susana porque es ella la que se transforma a medida que Hidalgo va tomando el control. Es ella la que pasa de estar en la crisálida del deber-ser preestablecido y sofocante a tomar una nueva perspectiva y decir “basta”, “ya no”. En eso el personaje de Víctor, en la piel de un tembloroso y deslucido Agustín Daulte, es una excusa para que Paula Marull haga florecer a Susana hasta el hippismo.

Las Marull en un momento que no tiene nada que ver con nada
Las hermanas Marull, de quienes todavía puede verse La Pilarcita y Yo no duermo la siesta, no son solo mellizas sino que tienen su universo dramático perfectamente sincronizado y no hay trabajo de ellas al que pueda verdaderamente resistirme. En esta ocasión, si bien menos intervenido por el costumbrismo y el bizarro pop que tanto me vuelan la cabeza, Hidalgo no es una excepción.
Hidalgo puede verse los Viernes a las 20 h. en El camarín de las musas (Mario Bravo 960, y Av. Córdoba) y después de la función hasta podés cenar ahí.
Dejá tu mensaje