¿Qué impulsa la inspiración de Nick Cave tras décadas de prolífica carrera y un manto de tragedia? La comunión. Un show masivo de carácter íntimo brindó el australiano tras agotar las entradas, luego de 22 años de haber pisado por primera vez suelo argentino.
La melancolía y nostalgia propias de las composiciones de Cave junto a los Bad Seeds, que se configuran con múltiples instrumentos y dan forma a un ente pseudo steam punk, como si una banda del pasado hubiese viajado hasta el 2018, estamparon una electrizante atmósfera en el Malvinas Argentinas.
La apropiación de Cave del escenario y de las almas de su público, que atentos escucharon, cantaron y corearon las líricas de su predicador, comenzó con Jesus Alone, de su última placa, Skeleton Tree, y dio paso a la interrumpida Magneto, que por problemas de energía tuvo que ser arrancada de vuelta. Un pequeño impasse que pronto pasó al olvido, pues el primer acto del show trajo temas de alta factura como Higgs Boson Blues, con la grave pero aterciopelada voz de Cave -con los solemnes fries alargados, casi como lamentos- preparándose para registrar alaridos cada vez más fuertes, de ultratumba.
Vendría luego una seguidilla de composiciones cautivantes, a saber: Do you Love Me?, From Her to Eternity y Loverman, todos temas con la impresión desesperada del amor, del acecho, que tomaron luego la diestra mano roja (Red Right Hand) hacia el abismo.
La banda de Warren Ellis, compañero indiscutible en el viaje creativo de Cave, viajó también a todos los rincones del microestadio con la disonante y desconcertante guitarra y los suaves espacios llenados por el piano, el órgano y la flauta que sobresalieron tras los secos golpes de una batería y bajo que movilizaron una experiencia similar a la transmitida por líderes de cultos religiosos.
Tocando las fibras más sensibles vinieron The Ship Song e Into My Arms. También Shoot Me Down y Girl in Amber, suaves y movilizantes, sellando aún más esa conexión espiritual de comunión con sus seguidores.
En The Weeping Song, Cave atravesó parte del estadio para localizarse a un costado y dirigir su orquesta de aplausos, llevándose consigo a un par de decenas de personas al escenario, que se mantuvieron allí casi hasta el final de la presentación.
Lo que se vivió en el Malvinas Argentinas no fue más que la rectificación en el país de un hombre entregado a su público, a su experiencia creativa. ¿Qué importa entonces lo que traiga el futuro, luego de haber presenciado un evento de tal magnitud? Quizás solo volver a vivir la experiencia.
Andrés Carrizosa
Foto: Revista Kuadro
Dejá tu mensaje