Los Rusos Hijos de Puta: celebrando un presente que no les fue gratis [review]

Es jueves por la noche. A unas pocas cuadras de donde se ubicaba Cemento está la sala Xirgu, un lugar que, entre otras expresiones, le está comenzando a pertenecer también al rock. Allí, sobre la calle Chacabuco, Los Rusos Hijos de Puta ultiman detalles de todo tipo antes de salir a confirmar que se han reinventado a sí mismos y que ya están listos para dar batalla nuevamente, pero nada de sangre, lo suyo es una cruzada de amor y amistad. Y son incansables en esa búsqueda, ya que el entorno siempre garantiza más palos e insultos que abrazos.

La banda parece ya haber sorteado su momento más delicado, en que las relaciones interpersonales mutaron en otros, si se quiere, formatos. Y hoy son una pandilla de grandes amigos que quieren ser libres y felices haciendo lo que hacen. Sus primeros años, los de la espontaneidad de Hola! y una ya pensada planificación y realización de La rabia que sentimos es el amor que nos quitan, fueron muy intensos. Los Rusos llegaron a tocar casi todos los fines de semana, tanto aquí como allá. Y el desgaste pasó factura.

Hoy, con un camino ya merecidamente patrocinado por un sello multinacional y habiendo tomado nota de lo que ya no quieren repetir, están tocando menos como banda y dándole más lugar a sus proyectos individuales. A los show de Los Rusos, un poco más espaciados ahora, se los piensa y planifica detenidamente.  Y esta noche, tras una apertura ideal con Sentidos Alterados, presentan el tercero de sus discos, el que según los libros del rock suele ser el disco clave de toda gran banda. Se llama Nos vamos a morir de hacer estrategias de amor, un discazo que de entrada nomás ya posee el peso específico de un grandes éxitos. Tiene de todo, todo suena bien y ningún tema está sobrando.

En la noche del Xirgu en la que pasan varios invitados como su productor Guillermo Beresñak para Capilla del Monte, Barbi Recanati para Fancy y Dani Umpi en Parawita, la banda no sólo se reencuentra musicalmente en el escenario. También se los ve muy conectados entre ellos, quizás a partir de un mimo de Luludot a Julián (la dupla Lennon-McCartney en esta historia) que hace que la banda se suelte completamente y entregue un show incendiario como los de aquellos primeros días.

Si bien sufren ciertos desajustes de sonido que no permiten que brillen en vivo joyas como Soy horrible y Porquería, Los Rusos Hijos de Puta logran que todo el mundo se vaya feliz, incluidos ellos mismos, cuando tocan Nubarrón y Carmelo. El futuro no está escrito, dicen, pero al menos se puede ser testigo de este buen presente de Los Rusos Hijos de Puta. Se merecen celebrarlo, ya que no les fue gratis.

Alejandro Panfil

Foto: gentileza @santinavone

 

 

 

 

 

 

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