Die Toten Hosen: en el olimpo de lo inexplicable [review]

La cronista de la TV pública alemana que está cubriendo el festival se acerca a varios puñados de argentinos y les va preguntando qué significa la banda para ellos. Uno le responde “poder”, a lo que la periodista le retruca “¡si no entendés las letras!”. “Claro que entiendo las letras”, le responde el entrevistado.

Vinieron a cubrir el fenómeno y la masividad de Die Toten Hosen en un país tan lejano y tan distinto en el que el paisaje del Club Ciudad de Buenos Aires está constituido por una proporción ni siquiera vista en la final del Maracaná en 2014: sin exagerar, hay un 60 por ciento de argentinos que se tomaron el 15 o el 130 y un 40 por ciento de alemanes que viajaron desde su tierra para ver a la banda y pasar unos días al calor de las masas porteñas. La TV vino a tratar de comprender el fenómeno pero seguramente se volvió con unas cuantas cuestiones más por explicarse. Es así, porque si Chiqui Tapia fuera el encargado de hacerles un spot a Campino y compañía diría que es inexplicable que una banda de punk rock teutona pida a la audiencia que grite más fuerte diciéndoles “eso está muy bien para Berlín, ¡pero estamos en Buenos Aires carajo!”.

Seguramente muchas cuestiones de este fenómeno sean aun inexplicables, pero para saber un poco de qué va esto es obligatorio tener en cuenta que los Hosen eran grandes amigos de los Ramones-eran los Beatles en Argentina-, que por ende estuvieron en el histórico último show de la banda neoyorquina en el estadio de River en 1996 (Breiti también recordó ese acontecimiento en la noche del Club Ciudad) y que también supieron recibir y honrar esa herencia de cariño y masividad del público argentino que tácitamente les dejó el cuarteto de Queens. Honrar esa herencia también consistió en replicar la principal virtud que tenían los Ramones en gira: respetar y cuidar a sus seguidores. Die Toten Hosen es una gran banda y por eso tiene lo básico y elemental para convocar, pero sin el ida y vuelta-totalmente horizontal- con el público argentino hubiese sido imposible este fenómeno que la televisión germana vino a investigar.

En casi treinta años viniendo al país han experimentado diversas propuestas en vivo: han teloneado bandas, han compartido el cierre de festivales (con Faith No More, por ejemplo), han tocado en estadios, en pequeñas salas y hasta en la calle y gratis. Sólo les faltaba armar su propio festival y eso terminó de ocurrir en este 2018 que ya se va. El Hosen Fest amaga con quedarse a vivir en Buenos Aires y trasladarse a varias ciudades del interior. Sólo será cuestión de que se lo propongan.

El mediodía es lluvioso. Los monitores y reflectores están, por las dudas, tapados con bolsas. Pero repentinamente empieza a despejar y el sol se encarga de pegar duro a eso de las cuatro de la tarde, cuando ya tocó Fútbol y suben a las tablas los Mal Pasar. Ambos superan el desafío. Llega Argies, la banda rosarina que ama a The Clash, a Kortatu, que gira mucho por el mundo y que arma la primera gran celebración mediante un pogo cada vez menos tímido. Se despiden con su clásico cover que Strummer y compañía grabaron en Sandinista. Police on my back: «Voy corriendo, lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado, domingo”.

Los Kraftklub toman el escenario, prueban sonido y vuelven a guardarse. Salen a los cinco minutos y confirman que son una de las mejores apuestas del festival, porque hacen buena música, provocan el baile y encima tienen contenido. Son The Killers con onda. Y en mucho de eso tiene que ver el carisma de Felix Kummer, un flaco altísimo que se rapea y arenga todo para meterse en el bolsillo a quienes se animan a salirse del molde estrictamente punk y pueden apreciar un sonido diferente.

El punk nuestro de cada día retoma su presencia en el escenario con Pilsen, eterno proyecto paralelo de Pil Trafa que en ocasiones como estas vuelve a demostrar que siguen dando batalla pero sin lograr un sonido parejo y ajustado que haga notar aún más la magnética presencia y lucidez lírica del cantante de Los Violadores. Bajo un sol felíz, Casa Roja y Represión son algunas de las piezas que aun sin lucirse logran captar el respeto y el aplauso de una audiencia cada vez más masiva a esa hora de la tarde. Cadena Perpetua se encarga de despedir al sol con un set compacto y contundente. Con su clásico perfil bajo, agitan a las masas con Si me ves, Sigo acá y No mires al cielo. Attaque 77 sale a dar lo mejor de sí en poco tiempo. Muestran experiencia y el compromiso de siempre. Mariano Martínez dedica Chicos y perros “para todos los políticos corruptos”, a lo que el público responde cantando el clásico MMLPQTP. Mariano exclama que “es el hit del año” y tira un “más fuerte!”. Le agregan Setentistas y Pagar o morir. No esquivan el bulto y dicen lo que tienen que decir. Se llevan otra ovación y dejan el escenario para el número más esperado.

Se suben dos telones cuadrados con el símbolo de Die Toten Hosen y hoy el mensaje es en español: “Hasta el amargo final”. Campino, Breiti, Kuddel, Andi y Vom toman por asalto las tablas para un show largo en el que mezclarán lo viejo con lo nuevo y un par de habituales covers. Lógicamente entonces entran en la lista Paradies, Bonny and Clide, Hier Kommt Alex y Wunsch Dir Was. Tage wie diese (Días como estos), con lluvia de papelitos y contagio al estilo himno de la Champions League, avisa que el final está cerca, como cuando tocan Should i stay or should i go, de The Clash, Blitzkrieg Bop, de Ramones, Eisgekühlter Bommerlunder y You´ll never walk alone, su ofrenda eterna al Liverpool por el que Campino sufre, disfruta y se whatsappea con el mismísimo Jürgen Klopp.

Campino lee sus machetes en español y asegura que se siente en casa, Breiti se solidariza con los argentinos por la crisis económica-entre otros quilombos-y miles de alemanes viajan 12 mil kilómetros para ver a su banda favorita. Un fenómeno que ya entró hace varios años en el olimpo de lo inexplicable. Pero sólo a la TV alemana le preocupa este fenómeno. En Buenos Aires, ver a los Die Toten Hosen ya es tan clásico como quedarse sin crédito en la SUBE.

Alejandro Panfil

Fotos: Jacqueline Orion

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