Una repugnante mezcla de olor a vómito con lavandina floral da la bienvenida al Teatrito. La gente hace como que sí, como que no, pero todos al final terminan por tapar sus narices. La fetidez es invencible. Alguien choca conmigo y lleva un cigarrillo prendido. Descubro que el olor muta. De ahí en más intentaré estar siempre al lado de fumadores en un espacio en el que abundan los avisos de NO FUMAR. Al fondo el escenario. Las luces burbujean. El sonido perfecto, cálido, galopa las cabezas. A las 20:20 horas de un domingo de otoño unas cien personas surfean con Los Tormentos. Las olas que se surcan son las más enormes y afiladas del Río de la Plata. Los Tormentos reverberan y contradicen una noche que parecía idónea para Netflix, delivery y garche. Menos mal no. Los Tormentos son unos paisajistas extraordinarios: primero el viaje por un desierto rojo cuya calcinación no cesa, seguido una especie de sobrevuelo por el lejano oeste con su exclusivo olor a Bourbon y sangre y, después, una playa agreste y eléctrica abre su boca y nos traga a todos. La instrumentalidad es tan feroz que no hay posibilidad de emancipación. La música nos ha convertido en zombis que rebotan por el aire viciado del Teatrito. Ahí vamos todos, encima de esa tabla sonora, vagabundeando la brutalidad de una disipación infinita. A lo Tarantino. Sin previo aviso Los Tormentos se esconden detrás del telón. El aplauso no ha terminado y de nuevo emergen de esa nada oscura, para arrojar un último dardo. Un último tema que lega la extenuación.
Lo de Soldati es la altivez. La dureza. Se paran sobre el escenario y estallan. El power trío -comandado por Sergio Ch.- es una máquina de distorsión impecable que se reinventa en todo momento sin desperdicio alguno. Su música no es para escuchar, simplemente, sino para observar, olfatear, en un ejercicio de introspectiva sinestesia. Su estilo destila la epidemia de lo oscuro, lo revoltoso y lo desolado, hasta la inoculación. Es música penetrante y diligentemente trabajada que hilvana episodios anímicos sin detenerse a explicar sus causas, dejando claro desde el principio que todo, absolutamente todo, es consecuencia del vacío. Ver un show de Soldati es asistir a un constante epílogo que se niega a terminar. Aun cuando ellos ya han abandonado el escenario.
Desde Montevideo llegaron los Motosierra. Su vocalista se cree una suerte de GG Allin austral. Con un maquillaje dispuesto a lo Kiss, un pantalón rayado, circense, y una remera de My Little Pony zarandeó el denuedo interior que había dejado Soldati instalado en la cabeza de los asistentes. En menos de 30 segundos el tipo puso a laburar en serio a los fotógrafos: escupió, se manoseó, se metió el micrófono entre los pantalones, pidió trago, falopa, empujó al público. Básicamente lo único que le faltó fue mearse o cagarse por ahí. El sonido más bien desprolijo. Motosierra llamó la atención más por una disposición dramatúrgica -aparentemente libertina- que no pudo superar su propia exageración. La gente se carcajeó un montón. Eso sí. Al final el show supo ceder una estridencia que se alojó en lo más profundo de los oídos y, además, la fachosa y desusada imagen del culo del vocalista. Es una lástima que el poderío que despliegan los discos de Motosierra no haya podido ser replicado en vivo.
Satan Dealers, los organizadores de la fecha que este año están cumpliendo veinte años de trayectoria, encauzaron su esquema de sonido con una rapidez sospechosa, para posteriormente asombrar al público con una distorsión tan cuidada que parecía grabada. Un show brillante, para saltar y brindar. Adrián Outeda no es uno de esos vocalistas que se destaque por su interacción con el público, pero esto deja de ser importante cuando agarra el micrófono y despliega su voz tipo Lemmy. El ensamble de las dos guitarras es minucioso y cada riff, cada punteo es todo un detalle, digno de estudio. El bajo marcha como un pulso que arquea la precisión de los estacazos que va dejando la percusión en los pechos. Una hora pasada de show, medio Teatrito lleno y una vibración que lo dilapidó todo. Más temprano que todos, Los Bilardos y Gripe abrieron la fiesta de Satán…Dealers.
Anda a una disco de recoleta la proxima vez pelotudo. Menos rock que mi abuela
Andá a la escuela y aprendé a leer un recurso estilistico de quien escribe. No pierdas el tiempo.
Cual es el recurso estilístico? Escandalizarse por el olor, por un culo y un micrófono cerca de la cola y no de la boca ..qué tipo de recurso es Panfi? En qué escuela lo dictan? En la Escuela de las Americas?
Aguante la moto vieja; pero si para vos Outeda es Lemmy estás perdido. Qué creer de una nota que pide rock y arranca quejándose del aroma del local. Sos de los que lloran cuando le prenden un porro cerca?.
La chupada de media a Satan es para que te inviten al próximo show?.
.
Aguante la moto, gato.
Andá a discutir con foristas de Clarín. Ese es tu perfil, amargo.
Para arrancar: No había olor a vomito. Y si lo hubiese, es te guste o no, Rock. ¿Querés perfume? Anda a ver a Los Babasonicos (que también es una belleza y huele a Rock y a Glamour también).
Hay un tufo irrespirable en la crónica; Gio Jaramillo huele al cronista altivo, pedante, pseudo intelectual, progre de esos que aman leerse. Disfruta más su cronica que el festival mismo. Se masturba leyendose pero » ooooh un micrófono en la cola, en las partes…manosearseee… mostrar el culo es fachoso y desusado» y ahí sí se escandaliza. Como con el olor. Conservadurismo progre de puño y de olfato.
Su propia prosa en cuanto a Motosierra revela que NO los conoce ni nunca los vio en vivo. Y que tampoco distingue máscara: ve «Kiss» donde hay «Immortal» o look Black Metal.
No pondera que la «la gente se carcajeo bastante» porque él, típico de aliado de la corrección politica no se ríe ni le causa gracia. Y obvio, a nadie debería causarle.
Y les demanda en vivo la seriedad que no tuvieron, no tienen ni van a tener. Lo tuyo no es escribir para los demás Gio. Es escribir para vos. Léete. Tocate. Y hace como Marcos, métete los deditos en las partes como cuando escribis. O en la cola.
Cada uno puede opinar lo que quiera muchachos. El cronista no insulta ni hace ningún agravio personal a nadie. Ni se gasten. Saludos
Gracias por leer Sergio! Para mí un privilegio que valoren mi trabajo discutiéndolo, comentándolo y demás. Eso demuestra que la crónica tuvo repercusión, que tocó fibras y eso, en tiempos en los que el rock cada vez se vuelve más y más estúpido y menos rebelde y contestatario, es una motivación. Una gran motivación. Y bueno, no siendo más, Sergio, mi querido lector, me suscribo no sin antes decirte que si escribiera para mí, jamás habría suscitado tus generosos comentarios, que sin duda tuvieron que haberte demandado el doble de tiempo que invertiste leyendo la nota.
Me sobra el tiempo. Y si te gusta manejar la ironía, manejala. Estaría bueno queantes de un show te informes. Se nota que nunca viste a Motosierra ni tenes idea cómo son y suenan en vivo. Exigirle seriedad en directo a La Moto es como reclamarle conocimientos económicos a Macri u honestidad y coherencia a Cristina.
Sergio, si no podés exigirle seriedad a Motosierra, que te creo, está bien tu punto de vista, por qué se la pedis al cronista? por qué mandás a informarse? es un partido de fútbol acaso? A relajarse amigo, se supone que es arte. Cada uno que interprete como quiera. Abrazo