
Carlo me saluda con la contundencia de siempre. Me dice capo mientras pone su mejilla puntiaguda al lado de la mía y me propina un par de palmadas en la espalda. De dos a tres veces por semana se aparece amable y sonriente por el restaurante donde trabajo. Llega con su casco scooter bien puesto y sus dreadlocks colgando como rebeldes vías lácteas. Habla con todo el mundo y todo el mundo lo quiere y lo consiente como a un niño chiquito. La primera vez que lo vi lo salté como un buen cliente del lugar pero con el paso de las semanas empecé a darme cuenta que no se reducía sólo a eso y que, por el contrario, arrastraba tras de sí algo especial. Entonces pregunté. Por primera vez en mi vida … [Read more...]