Fin de semana extraño en Buenos Aires. Lluvia inclemente, días pincelados a escala de grises acompañados de incorregible niebla. Noches más crudas y espesas que las que se venían presentando como habituales. Frío, no tan intenso como se esperaría a esta altura del año, pero frío con lluvia con noche vale por diez. Y para rematar, día de elecciones…
El recogimiento fue el as bajo la manga que la gente sensata y equilibrada desplegó puertas adentro desde la tarde del viernes, con la consciente y, digamos, obligada consigna, de que el domingo había que escaparse un rato del confort y escabullirse rapidito –como quien hace una salidera- a votar y volar de nuevo a casa… de vez en cuando viene bien dormir, dijo algún cantautor alguna vez, tal vez permeado y sugestionado por unos buenos cuantos días así, en este emporio de cemento al que otro cantautor -que no sobrevivió al mal tiempo- bautizó como la ciudad de la furia. Todo era reposo, todo era manta, todo era susurro. Menos el rock. Afortunadamente no todo es sensatez y equilibrio y siempre habremos quienes hagamos de la imprudencia y la inestabilidad una bandera de avance contra todo. Incluida la naturaleza. Y esto quedó demostrado con las dos fechas que antecedieron la cita final de la cuarta edición del Noiseground que sería liquidado, magníficamente, desmoronando la aparente impavidez del domingo.
Como es bien sabido, este festival congrega lo mejor de la escena metal y stoner no sólo de la ciudad sino del país entero, en el inigualable y poderoso espacio del Uniclub. Por la tarima habían desfilado –cerrando los días anteriores- Banda de la Muerte y Los Antiguos, una dupla explosiva que el primer día rompió mascaderos por doquier, mientras el cierre del segundo día estuvo agenciado por Sauron y Avernal que cumplieron cabalmente con la misión de cagar a palos a todos los que fueron.
El domingo fue el día más complicado: justo a la noche la dichosa lluvia arreció sobremanera invitando a cualquier cosa menos a salir, pero bueno, había que cumplir o de lo contrario sólo quedaría pasar saliva un año y conformarse con historias como esta, porque, definitivamente, el que vive es el que goza.
Sick Porky salió al escenario a deformar las cabezas de todos aquellos que decidimos hacer pistola al mal tiempo. Presos de un estado de inmaculada distorsión el sexteto sacó lo mejor de su repertorio haciendo una sola la transpiración del Uniclub y la del público. Esta banda es verdaderamente salvaje, nada que hacer, la voz es prolija e inmejorablemente ejecutada, sus guitarras forman un triángulo valvular perfecto que es puntualizado por la excelencia sincrónica entre el recalcitrante bajo y la imperturbable percusión. Brillante show, con pocos temas, pero indudablemente los necesarios para prender fuego a la insociable noche.
Los encargados de cerrar el evento fueron los metaleros de Dragonauta, una banda que sabe y entiende muy bien para dónde demonios es que va su música. Sin titubeos y con pocas palabras pasaron sobre el escenario con una artillería de sonidos fuertes y compactos confeccionados con una contundencia llanamente infranqueable que sólo demuestra años de trabajo. Los que fueron a verlos –un grupo bien selecto de melenudos que no pararon de enarbolar ni brazos ni voces- hallaron el trance que, al final, buscaban: una atmósfera por momentos lenta y pesada a lo Black Sabbath que sabe emerger de entre las sombras hacia tonalidades expeditas virtuosamente engullidas en un sopor de riffs graves y ampulosos. Temo que Dragonauta, en vivo, sufre una suerte de jurisdicción administrada por la autonomía de la música que forja, ya que, sin más, su sonido supera a todos y cada uno de los integrantes de la banda haciéndolos funcionar como marionetas arrojadas al libre fluir de la fuerza natural.
A la salida otra vez la desmandada realidad meteorológica, pero de seguro, con un cierre así, uno tiene para aguantar un año de frío y lluvia hasta que por fin, vuelva el Noiseground, a hacernos hervir la sangre.
CJay Jaramillo
Fotos: Sergio Castro Peña
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