Radio Moscow secuestró los años dorados del rock and roll y desde 2003 ha empezado la meteórica empresa de devolverlos al mundo con un exclusivo ofrecimiento sonoro. Su presentación en Buenos Aires, enmarcada por su gira Magical Dirt –título de su último trabajo- se hizo esperar ocho días por cuestiones que no atañen más que a la ineptitud logística de las multinacionales del transporte. Venían de México y después de su paso por Argentina entrarían en un delirio de cinco fechas en cinco días seguidos por Brasil. Situación que se invirtió, haciendo que los Moscow cumplieran con sus fechas del vecino país y terminaran su gira sudamericana en Argentina. No hubo rastros de agotamiento. Por el contrario, el desborde de energía fue feroz.
En vivo, este power trío deriva en un auténtico sortilegio sensorial: forman un socavón escénico que dispone del escucha con un poderoso eclecticismo que concierta, en un mismo sonido, caracteres que evocan a Cream o Grand Funk Railroad, con crujientes estilos armónicos tipo Black Sabbath o Led Zeppelin, cierta dilatación de la clarividencia inquietante del blues más eléctrico de todos y una suerte de virtuosísimos solos que cauterizan los oídos y retienen la conciencia a la manera Hendrix Experience.
Siguiendo esta puesta generosamente psicodélica, el heterogéneo público de un Uniclub atiborrado, se vio subyugado a la contemplación y al aplauso. Algunos saltos, varias cabelleras moviéndose y no pocos coros participaron fugazmente del desplazamiento auricular que desdoblaron con maestría los norteamericanos durante hora y media de show.
Ahora bien, hay que dejar sentado que su recital, aunque extraordinario, como está dicho, y con el paso de canciones como Just, Dead, Broke, Before, City Lights o Gypsy –por citar algunas de las interpretadas- deja un sinsabor de monotonía que descansa en el ímpetu reiterativo de su Stratocaster, ya que sus movimientos, muy afines, por no decir equivalentes, podrían hastiar a cualquier persona que no hubiera escuchado antes su música. Este protagonismo de la guitarra fue apenas igualado, en algunas pocas canciones, por la robusta altivez de la batería y la soflama telúrica del bajo, instrumentos que apenas pudieron largar de la estridencia general y supieron demostrar su jerarquía prorrogada, generando la dadivosa ovación del siempre apasionado público argentino.
Texto: Giovanny Jaramillo (CJay)
Fotos: Santi Sombra
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